Calma tu tormenta
Las dos partes de El transportador (The Transporter, 2002), películas-montaña rusa de acción trepidante, eran cartas de presentación más que válidas para esperar que el francés Louis Leterrier, delfín de Luc Besson, hiciera de Furia de Titanes (Clash of the titans, 2010) una buena película de acción. Pero la expectativa aún espera que la sacien.
Sam Worthington, ya desteñido del azul Na`vi, es ni más ni menos que Perseo, hijo de dioses que creció en la Tierra. Ya maduro (y torneado y bronceado, obvio), deberá defenderla de Hades (Ralph Fiennes), quien a su vez mantiene una pelea del más alto nivel: su enemigo es, ni más ni menos, que Zeus (Liam Neeson), padre del protagonista. Y allí parte nuestro héroe a un largo viaje que implicará enfrentamientos contra demonios y bestias.
De escasos valoraciones cinematográficas posibles, Furia de Titanes permite al menos trazar un pequeño mapeo psicológico de la industria: Si Hollywood hiciera terapia, el primer síntoma a tratar debería ser la transpolación de las mitologías griegas a la pantalla grande. Como en Percy Jackson y el ladrón del rayo (Percy Jackson & the Olympians: The Lightning Thief, 2010), pero de forma más grave y menos lúdica, el eje gira en torno al hijo de Zeus como involuntario portador de una herencia divina. ¿A falta de héroes pos 11/9 es necesario retrotraernos hasta los tiempos iniciáticos del mundo para buscar algo de paz en nuestras paranoicas almas?¿Radica en la religión la esperanza de la concepción de un nuevo mundo? Preguntas sin respuestas, Leterrier y compañía invitan, aunque sea, a una pequeña reflexión.
Pero no sólo la sicología debería hacer lo suyo. Concebida originalmente para la exhibición tradicional, el éxito de Avatar (2009) motorizó la adaptación de varios films al formato 3D, creando un nuevo grupo de films, los “3D light”. Quizá así se pueda entender a Furia de Titanes como el nuevo paradigma de película-evento: a toda la parafernalia visual y sonora, a esa peligrosidad ideológica endémica a los films con ínfulas cosmopolitas, ahora le adosan los anteojitos en el espectador.