Otro manotazo a la frondosa cultura helénica
A veces una distracción puede ser fatal. Alcanza con ponerse a pensar en cualquier cosa un ratito, para que un segundo después todos los puentes con la realidad estén en llamas. Por eso no conviene entrar en babia a ver Furia de titanes, porque tras el anuncio de James Cameron, el desatento puede terminar pensando que lo que acaba de entrar a ver al cine es la secuela de Avatar. No es que en esta película los personajes sean azules y midan tres metros, pero entre la música pomposa e intencionada, la profusión de bichos, el 3D y Jake Sully –perdón, Sam Worthington– no sería extraño que alguien creyera que los paisajes desiertos de Furia de titanes corresponden al estado del planeta Pandora después de la conquista, de la tala de árboles sagrados y el posterior calentamiento global.
Está bien: tal vez sea exagerado. Lo cierto es que la reiteración de algunos caracteres –el apego a estructuras de probado éxito; el abuso de la remake y otros soportes de universos u obras preexistentes; la vocación (o pretensión) de saga épica; las similitudes evidentes en bandas de sonido, diseño de arte, coreografías de acción, etcétera– permite suponer la existencia de una categoría a la que podría llamarse Nuevo Cine de Aventuras. Una variedad que quizá conjuró su forma actual a partir de El Señor de los Anillos de Peter Jackson (aunque podría mencionarse una lista de precursores) y que diez años después, habiendo tenido su más acabada joya en lo último de Cameron, ya se está poniendo vieja. Furia de titanes, versión muy libre del conocido mito griego de Perseo, encaja justo en esa descripción.
Abandonado al nacer por Acrisio, rey de Argos, quien atemorizado por el vaticinio de un oráculo lo arrojó al mar junto a su madre, Perseo es hallado y criado por una pareja de pescadores que, como él, ignora su origen divino. Sin embargo, su destino es de héroe y pronto se verá envuelto en una disputa entre dioses y hombres, en la que deberá tomar parte. Lo que sigue es un catálogo de escenas de acción y una colección de criaturas míticas, que van de los esperables Pegaso y Caronte al injertado Kraken, bestia importada del imaginario nórdico, utilizadas como hilo conductor del mito del joven semidiós que se aventura en busca de la mortal cabeza de Medusa.
Digna representante de ese Nuevo (Viejo) Cine de Aventuras, Furia de titanes es la revisión de un film homónimo de 1981, protagonizado por un grupo de grandes actores ingleses que incluía a Laurence Olivier y Burguess Meredith. Ya aquel original se valía del prestigio previo de la mitología y, por cierto, tenía el encanto (o el defecto, según se mire) de parecer una película de clase B filmada dos décadas antes, tan toscos eran sus efectos especiales: en esta nueva versión se permiten alguna broma al respecto. En ese sentido, como es lógico, el resultado aquí es muy distinto, ya que su factura demandó lo último en tecnología. Tampoco se escatimaron recursos para armar el elenco: la película vuelve a juntar a los protagonistas de La lista de Schindler, Liam Neeson y Ralph Fiennes, dos de los actores más versátiles de la actualidad, en los papeles de Zeus y Hades. Y a ellos se suma la ubicua omnipresencia de Worthington, quien viene de una seguidilla impresionante, con Avatar y Terminator, la salvación como estandartes. El es el hombrecito en medio de los efectos especiales, como dijo alguna vez Jeff Goldblum de sí mismo durante los ’90. Furia de titanes cumple como entretenimiento, aunque sufre de ese vicio industrial de simplificar los originales para hacerlos encajar en su redituable molde de lo predigerido. Soberana pretensión, si se atiende a que en este caso el original es nada menos que la frondosa mitología helénica, que hasta ahora se ha bastado por sí sola para cautivar, generación tras generación, a toda la humanidad.