El videojuego de los mitos y los dioses
Más que la remake oficial de un film de 1981 que sólo recuerdan con alguna precisión los fanáticos del cine épico, la nueva Furia de titanes es una travesía que convierte al espectador en piloto de uno de esos simuladores de vuelo que suelen funcionar como atracción en los grandes parques temáticos del Primer Mundo. De hecho, ése parece ser el destino más apropiado para esta versión, más allá de dos futuras secuelas casi aseguradas por el éxito de taquilla en la primera semana de exhibiciones casi simultáneas en los mercados más importantes del planeta.
Podría buscarse la explicación de ese renovado interés en el eterno atractivo de los relatos mitológicos, con dioses resueltos a intervenir en los asuntos humanos y responder con la furia que se desprende del título a la osadía de los habitantes de Argos, resueltos a cuestionar la autoridad de Zeus y del resto de los moradores del Olimpo.
El realizador Letelier parece desentenderse de esos asuntos y de las razones por las que el semidiós Perseo, hijo de Zeus, lleva adelante el viaje que rescatará a la ciudad maldita. En cambio, parece muy atento sólo al funcionamiento de los efectos visuales ?a los que se agregaron, sin demasiada utilidad, las escenas en tres dimensiones? y a darles a sus cámaras digitales giros y movimientos propios de videojuegos para anudar con bastante brío y dinamismo los sucesivos riesgos a los que se enfrenta el héroe, de la temible Medusa al colosal Kraken.
De lo que nadie se preocupa es de darles espesor dramático a personajes que van de la inexpresividad de Sam Worthington (cuyo Perseo, más que un semidiós, es un marine enviado a través de la máquina del tiempo desde Avatar hasta la Antigua Grecia) a las casi autoparódicas apariciones de Ralph Fiennes y Liam Neeson, a partir de cuyas barbas postizas más de uno podría preguntarse si es posible tomar todo lo que se cuenta en serio.