Hace ya cuatro años se estrenó la muy floja G.I. Joe: El origen de Cobra . Sin embargo, pese a la pobre recepción, al poco tiempo se puso en marcha la secuela, cuyo lanzamiento fue demorado durante 9 meses para su conversión a 3D luego de haber sido filmada. Ya no están el director Stephen Sommers ni varios de los intérpretes de la película original, pero la presencia como protagonista de Dwayne "The Rock" Johnson y la participación especial de Bruce Willis permitían tener ciertas ilusiones respecto de un resurgimiento de esta franquicia basada en los populares muñecos militares de la compañía Hasbro. Y, si bien es superior a la primera entrega (no hacía falta demasiado), el resultado dista de ser satisfactorio dentro de una factoría como la hollywoodense, que suele regalar cada año sólidas y en muchos casos sorprendentes producciones de acción.
El guión de Rhett Reese y Paul Wernick es de una absoluta elementalidad (casi al borde del ridículo) y, por lo tanto, describir la trama o especificar sus diálogos es un ejercicio inútil. Basta indicar que los maléficos integrantes de la organización Cobra se han infiltrado en la Casa Blanca, han secuestrado al presidente (Jonathan Pryce) y tomado el poder con la intención -qué menos- de dominar el mundo. El mandatario impostor (tienen la capacidad para clonar la imagen del real) decide traicionar a los G.I. Joe y pone a la opinión pública en su contra. Los escasos sobrevivientes de ese cuerpo de elite -liderados por Johnson y la seductora Adrianne Palicki- deben reorganizarse desde la clandestinidad con la ayuda del veterano oficial Joe Colton (un Willis que aparece en la segunda mitad, pero no tiene un papel a su medida) para iniciar el contraataque al que alude el subtítulo del film.
La segunda parte abandona por completo cualquier tipo de "justificación" dramática y va a lo seguro: vértigo, adrenalina. Se trata de una sucesión casi ininterrumpida de set-pieces (algunas bastante buenas, como un enfrentamiento entre ninjas sostenidos por cables en las laderas de las montañas) que demuestran tanto el profesionalismo de los expertos en coreografías, efectos visuales y dobles de riesgo como la incapacidad de los realizadores para construir una historia mínimamente lógica y entretenida. Acción pura, es cierto, pero que resulta como un envoltorio vistoso para un regalo hueco.