Soldados de un mundo imposiblemente digital
La inminencia de un fin de semana largo XXL impone el vaso medio lleno: G. I. Joe: el contraataque es superior a aquella oda a la nada que fue El origen de la Cobra (2009). Pero que sea mejor no significa que sea buena ni mucho menos. Dirigida por el norteamericano de origen asiático Jon Chu, cuyo CV incluye dos películas sobre chicos lindos que bailan (Street dance y Step up 3D) y otra sobre Justin Bieber, la segunda entrega de la saga basada en un muñequito marca Hasbro mantiene de su predecesora la decisión de evitar cualquier intento de complementar las escenas de acción con un desarrollo argumental ya no complejo u original, sino al menos interesante, al tiempo que sigue abrazando ese tono entre canchero (los ralentis en 3D) y machaconamente patriotero y pro U.S. Army del mejor (¿o peor?) Michael Bay. Pero aquí al menos se atisba una mínima dosis de autoconciencia post Los indestructibles y se recupera un poco –sólo un poco– la dimensión física del asunto, en parte gracias a los aportes de un Dwayne “The Rock” Johnson cada día más parecido a una caja toráccica con patas y, claro, a un Bruce Willis haciendo de... Bruce Willis.
Para aquellos que no hayan tenido el gusto de ver El origen de la Cobra, vale aclarar que el desenlace encontraba a casi todos los integrantes de la organización terrorista del título encarcelados o, tanto mejor, muertos. Sin embargo, unas minúsculas partículas químicas habían permitido que uno de ellos adoptara la figura del presidente (Jonathan Pryce), avalando así su secuestro y posterior trocamiento en la Casa Blanca. Trocamiento que será uno de los ejes de esta segunda parte, ya que el mandatario apócrifo retirará de servicios a los soldados de elite (los Joes) después de que uno de ellos se tomara la atribución de matar al Ejecutivo paquistaní. Aunque en realidad es todo un engañapichanga para encubrir el verdadero objetivo de Cobra. Que es, como suele ocurrir en estos casos, destruir el mundo. ¿Los motivos? Bien, gracias. Parias armados y deseosos de vengar a sus camaradas fallecidos, además de muy adeptos a la concepción de las fuerzas norteamericanas como salvadoras y guardianas del orden geopolítico mundial, los Joes pondrán manos a la obra para solucionar todo el asunto.
Difícil obviar la intencionalidad detrás del emblemático Bruce Willis como figura originaria al que recurre el grupo liderado por The Rock. Es cierto que las quejas por el colesterol alto y demás achaques de la edad escupidas por la boca siempre torcida del pelado no son novedosas ni mucho menos, pero sintomatizan un bienvenido intento de insuflarle un poco de corazón y fibra a la abusiva parafernalia virtual del film. Lástima que esto sólo ocurra en los primeros quince minutos y la última media hora. Lo del medio es una sucesión de tiroteos, la rendición de honores a los “hermanos” caídos en acción, malos muy malos trazando planes apocalípticos y soldados orientales revoloteando coreográficamente entre montañas nevadas. Como el Cirque du Soleil, pero en un mundo imposiblemente digital.