Stepen Sommers es una suerte de especialista en híbridos. Hace un poco de una cosa y un poco de otra. Mientras prepara la remake de “Cuando los mundos chocan” (1952) ya dejó algunas muestras. “La momia” (1999, y su secuela) mezclaba Indiana Jones con el clásico de terror y luego “Van Helsing” (2004), era una sopa de monstruos enfrentados entre sí. Ni chicha ni limonada ¡bah!, pero en la taquilla local fue todo bien y sabemos lo que pasa con el crédito en Hollywood en estos casos.
Con la primera de la saga que nos convoca hoy pasó lo mismo. No fue “¡oh!” pero levantó 400 palos en todo el mundo. ¿Por qué no hacer otra? En este caso se encargó de la producción y legó la dirección a otro. G.I. Joe, le recuerdo, eran unos dibujitos animados de la década del ’80, que junto a los Transformers y la versión animada de Rambo, eran la versión propagandística del gobierno de Reagan. Estados Unidos está en el planeta para salvarlo del terrorismo y defender la democracia en todos los países en los que intervenga. Aunque esos países no quieran, ellos van y lo salvan igual. Y calladitos la boca.
Bajo esa premisa está construido el guión de “G.I. Joe: el contraataque”. Luego de una misión exitosa a favor del desarme, el grupo comando es atacado y exterminado con la excepción de tres de ellos: Flint (D.J. Cotrona), Jaye (Adrianne Palicki) y el capo Roadblock (Dwayne Johnson, otro de los sólidos actores de acción de estas épocas). El trío sobrevive y deberá descubrir quién fue el autor del ataque, aunque todo parece indicar que el problema está en casa.
Más que subtrama, esta película tiene una historia paralela donde Zartan (Arnold Vosloo), Firefly (Ray Stevenson) y otros secuaces van en busca de Storm Shadow (Byung-hun-Lee), quien a su vez deberá elegir bando tarde o temprano. También está Snake Eyes (Ray Park) como un guardián vigilante de todo.
Ambas tramas serán unidas por un mismo personaje: el presidente de los Estados Unidos (Jonathan Price, en doble papel) ¿Me olvido de alguien? ¡Ah!, sí, Bruce Willis también está, es el “Joe” máximo, el que ayuda a acomodar las cosas en su lugar. Sólo tiene que poner esa sonrisa socarrona de siempre y decir alguna línea irónica como que tiene problemas de colesterol.
Sí, muchos personajes. Varios de ellos aparecen bastante después de establecida la historia y logran complicarla un poco hasta que entendemos qué hace cada uno.
Como en USA sólo se preocupan por su propio mercado y después ven qué pasa afuera, los productores necesitaban una calificación “ATP”, con lo cual, a pesar de las toneladas de balas que se disparan, usted no verá sangre ni como producto de un raspón. Nada. Apenas algo de transpiración rociada convenientemente en la cabeza de los actores antes de cada toma. Eso sí, las secuencias de acción son muchas, a veces largas, y por cierto vertiginosamente filmadas. Toda la escena de la montaña es adrenalina pura (aunque se notan algunos trucos)
Jon M. Chu dirigió las dos secuelas de “Step Up” (2008 y 2010), ambas una suerte de “Fama” (1979) de estas épocas, y salvo en el despliegue físico y algunas tomas interesantes, bastante mediocres. También dirigió el documental de “Justin Beaver” (2011) (¡Dios mío!), o sea todo bastante ligado al mundillo de la música y el baile. ¿Qué hace dirigiendo la segunda parte de G.I. Joe? Lo mismo que con las anteriores, dejar todo en la superficie comercial. En la era pop, su cine es como el chicle. Al principio tiene gusto artificial, y a medida que se lo va masticando hasta eso pierde.