G.I. Joe: El contraataque
G.I. Joe: El contraataque (G.I. Joe 2: Retaliation, 2013) contó con un elenco renovado casi en su totalidad en un intento de convertir a la segunda parte de la saga basada en los populares muñecos en una película de acción más atractiva. El resultado es decepcionante y no hace otra cosa que continuar en la misma dirección que su antecesora.
Los G.I Joe siguen dando la vuelta al mundo cumpliendo las órdenes del presidente de Estados Unidos. El problema principal es que en la cinta anterior el jefe de Estado había sido suplantado por Zartan, un miembro de la organización Cobra. Luego de recuperar armamento nuclear, los G.I. Joe serán traicionados por el impostor y eliminados. Sólo tres sobrevivirán y buscarán ayuda de su fundador para restablecer el orden y terminar con la organización Cobra de una vez por todas.
La participación de Dwayne Johnson en Rápidos y Furiosos 5: Sin control (Fast Five, 2011) hizo de esta película la mejor de la saga. Con un Channing Tatum relegado a un segundo plano, se podía suponer que su incorporación a G.I. Joe, sumada a la participación de Bruce Willis resultaría en una película de acción que supere a su antecesora. Pero no es este el caso.
Con producción de Stephen Sommers, director de la primera parte, esta vez la dirección recayó en manos de Jon M. Chu, cuyo último trabajo fue Justin Bieber: Never Say Never (2011), el documental sobre el ídolo adolescente. Con semejante antecedente, el realizador tuvo la responsabilidad de contar las desventuras de estos soldados de élite que deben desenmascarar a una organización que pretende llevar al mundo al cataclismo nuclear.
Al igual que la primera parte, G.I. Joe: El contraataque es una sucesión de escenas de acción que no aportan nada a un argumento al que no puede exigírsele demasiado si tenemos en cuenta que está basada en unos muñecos cuyo único objetivo era terminar con los malos. El conflicto principal tarda en aparecer y hay dos secuencias de acción que podrían haberse eliminado para imprimirle un ritmo más dinámico a la narración.
Más allá de algún gag de Bruce Willis o de una mayor presencia en pantalla de Jonathan Pryce que en la película anterior, esta secuela sigue la misma línea que su antecesora. Además, el uso del 3D no agrega nada a una película pensada para un público adolescente que no exige demasiado. Como en cualquier superproducción hollywoodense, la última palabra la tendrá la taquilla, que determinará si hay una tercera parte o si estos muñecos vuelven a la vitrina de la que nunca deberían haber salido.