Primero, disculpas: seguramente usted, lector de esta revista, sentirá que hay algo raro en el hecho de recomendar un juguete de acción como esta G.I. Joe. Pero le recomendamos el siguiente ejercicio: vaya a ver este film como si fuera a ver una performance vertiginosa y sobremusculada del Cirque du Soleil. ¿Vio que es buena? Es claro: se trata de una historia de buenos contra malos, de una venganza, de explosiones cuya monstruosidad vuelve abstractas, y cuya diversión se basa en poder ver lo imposible. Lo que destaca de este film es que combina a dos grandes comediantes como Dwayne Johnson y Bruce Willis, tipos que nunca se toman esta clase de cosas en serio, payasos y clowns que cruzan a Fred Astaire con Karadagián, y hace que esa empatía que generan nos permita recorrer las fabulosas acrobacias y persecuciones con el interés por lo humano que suele faltarle a películas de este tipo. Aquí, a diferencia de la primera película, aquella fallida expedición punitiva dirigida por el otrora talentoso Stephen Sommers, el tono de los actores se ajusta perfectamente con el modo de las imágenes. Así, las increíbles acrobacias de algunas secuencias hacen que el espectador realmente sienta que hay peligro para alguien, que hay un riesgo, que se trata de una real aventura. Sí, puede disfrutar tranquilo de este juego de acción y tiros y bromas y piñas, y saber que esa diversión es nobilísima.