Gabor

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Tan falso y tan auténtico como la vida

La premisa de la película suena a humorada: un director de fotografía que se quedó ciego y planea volver a la actividad. Pero lo del director radicado en España no es sólo un chiste, sino el libre ejercicio de un género que sigue dando nuevas facetas.

¿Una película sobre un director de fotografía ciego que tal vez vuelva a la actividad? ¿Una película dentro de otra? ¿Una película de viaje, sobre encuentros de distintos? ¿El relato de un director de cine al que le encargan un film imposible, un documental en primera persona, una de aventuras del otro lado del océano y a 4000 metros de altura? Desde hace rato que el documental es el lugar sin límites del cine. El lugar donde todo puede suceder, donde ya no hay fronteras. Fronteras genéricas, estéticas, tonales, de registro y –sobre todo, tal vez– de estatus de lo que es real, lo verdadero, lo que puede y no puede hacerse en un documental. En el cine en general, bah. Titulada en base a uno de sus elementos constitutivos, dirigida por un argentino residente en España, premiada en los festivales de Málaga y Documenta Madrid y presentada en la última edición del de Mar del Plata, Gabor no es una de las películas mencionadas más arriba, sino todas. Por inaudita que parezca más de una de todas esas películas que Gabor, ópera prima de Sebastián Alfie en el largometraje, es.

“¿Qué hago aquí sentado, en la recepción de un hotel en Bolivia?”, pregunta retóricamente Sebastián Alfie en el primer plano de Gabor. Sentado y provisto de una máscara, conectada a un tubo de oxígeno. Una de las fronteras que el campo del documental saltó hace rato es la que prescribía que las técnicas narrativas, el tener en cuenta al espectador e intentar seducirlo, eran propiedad exclusiva del cine de ficción. Otra de esas fronteras es, claro, la de la presunta “objetividad”, la sacrosanta tercera persona: cada vez se hacen más documentales en primera, y Gabor es ejemplo de ello. Planteada la incógnita, tirado el gancho, los títulos de inicio. Después el cartel que indica que ahora estamos en Barcelona, un mes antes. Rotura de la cronología bien subrayada, propia también del cine de ficción.

Y un personaje que sólo la ficción podría concebir. Que la ficción concibió, de hecho. En La mirada de los otros (2002), Woody Allen subió la apuesta del disparate, encarnando a un director de cine que de tan hipocondríaco “se queda” ciego. ¿Y si no fuera histeria, sino pérdida definitiva de la visión? ¿Si en vez de un director fuera un director de fotografía? Pues entonces sería Gabor Bene, nacido en Budapest y emigrado tras la invasión soviética, quien durante un rodaje en el Amazonas empezó con pérdida de visión parcial, ocasionada por una infección, y terminó ciego. Desde ese momento, menos de una década atrás, Gabor, radicado en España, se dedica a la venta de elementos ópticos. Así lo conoce Alfie, que anda necesitando una cámara que en todo Madrid sólo él vende.

¿Para qué necesita Alfie esa Viper, que filma planos-detalle con una definición única? Para cumplir el encargo (pago, desde ya) que la Asociación Ojos del Mundo acaba de hacerle. Tiene que rodar un institucional de tres minutos sobre el combate contra la ceguera en Bolivia.

Producto de su largo oficio, Gabor es capaz de “ver” sin ver. Hasta el punto de que en un momento se corre de lugar en el encuadre, porque puede imaginar cómo se distribuyen luces y sombras en el plano. Por otra parte, su memoria visual es tan asombrosa que es capaz de describir, plano a plano, el comienzo entero de Tierra en trance, de Glauber Rocha. ¿Y si Gabor hiciera la fotografía de ese cortito de tres minutitos? ¿Si Gabor se convirtiera, a partir de ese momento, en un documental herzoguiano, donde lo imposible puede hacerse posible, por pura locura y en un paisaje exótico? Con el director de fotografía ciego discutiendo con el director cómo iluminar un plano en plena montaña del Alto, entre pobladores aymaras vestidos a la usanza tradicional.

A diferencia del muy germánico realizador de Tierra del silencio y la oscuridad, que en lo insólito busca una otredad de orden casi místico, Gabor es un documental lúdico. Casi tarantiniano si se quiere, por el modo en que Alfie juega con tiempos, geografías, personajes (su mamá, indicándole por teléfono cómo filmar la película, tiene casi la estatura ficcional del propio Gabor), montones de subtramas y subtramitas, recursos formales (pone en escena la historia de su protagonista mediante una “línea de tiempo” ilustrada, recurre a caricaturas), exposición de los mecanismos de producción del propio film, un yo narrativo omnipresente y una duda permanente sobre la idea de autenticidad y falsificación, tanto ética como estética.

No por nada en un momento director y director de fotografía discuten el final ostentosamente falso, que, por razones de promoción institucional, Alfie quiere darle a su corto de encargo. Todo puede ser falso o auténtico en Gabor. Tal vez todo sea tan falso como auténtico. “Como en la vida”, remata ese autohumorista zen llamado Gabor, y el espectador se queda pensando.