Lo más divertido del universo Shrek es el Gato con Botas, creación -sobre todo- de Antonio Banderas. Pero no porque parodie los cuentos de hadas, ni porque el personaje sea la burla a los aventureros clásicos. El Gato con Botas, sobre todo en esta película, es un perfecto avatar de Banderas. Si en Honor y Gloria el actor era el doble de aquel Almodóvar melancólico, aquí, a través de un cartoon donde -reglas del género- todo puede pasar, se muestra tal como es esa estrella que creó. Aventurero, humorístico, audaz, irónico, pero sobre todo, y por eso el dibujo animado de corte y ritmo clásico (pensar en los cortos de la Warner de los 50, algo que también se nota en la textura de la imagen) refleja bien la plasticidad del actor vuelto personaje. Quizás porque el trabajo de voz provee cierta libertad tras la máscara gatuna. La película es sencilla: al Gato le queda una sola vida, se retira de la audacia y la aventura, pero algo lo hace volver. Y le queda, digamos, un deseo, que puede ser para sí o para otros (una elección que también implica una aventura). Detrás del chiste y el chiste sobre el chiste, detrás de muchos lugares comunes trabajados con la velocidad precisa para que no los veamos como tales, hay un actor que comparte lo divertido de hacer películas.