Gato con botas: el último deseo

Crítica de Rodrigo Seijas - Funcinema

MENSAJE EN MOVIMIENTO

Con sus altibajos, de vez en cuando la rama animada de DreamWorks parece darse cuenta de que su lugar en el género pasa por la ambición ligada al entretenimiento puro, donde las estructuras narrativas son maleables, a la vez que la aventura y la comedia son los motores de relatos que cumplen una función noble e imprescindible: ser objetos de diversión sin freno o condicionamientos de agenda. La expresión más acabada de ese posicionamiento había sido la tercera entrega de Madagascar, con su locura sin pausa e inventiva constante. Gato con Botas: el último deseo es una ratificación de esa mirada, aún cuando haya un mensaje dirigido hacia su público, que sin embargo consigue construirse desde la acción permanente.

El arranque del film de Joel Crawford y Januel Mercado da la pauta de lo que vendrá después: allí lo vemos al Gato con Botas embarcado en una aventura que podría decirse que es casi rutinaria para él, pero que es también un delirio absoluto y que exprime las posibilidades de la animación para poner cualquier verosímil al límite. Eso incluye jugar con la idea de la muerte, para luego ponerla en el centro del conflicto: cuando el personaje con la voz de Antonio Banderas se dé cuenta de que ya ha muerto ocho veces y que solo le queda una vida, caerá en una crisis identitaria, que primero lo llevará a una especie de retiro forzado y luego a una odisea para encontrar el mítico Último Deseo y así recuperar sus nueve vidas. Claro que, para lograr su objetivo, deberá superar a varios rivales que quieren lo mismo y tienen sus propios deseos, en una frenética carrera de voluntades.

Los aciertos de Gato con Botas: el último deseo son múltiples, pero tienen una raíz importante, que es la de pensarse y desarrollarse como una aventura auto-conclusiva y autónoma, que a pesar de tener lugar en un mundo preexistente y presentar personajes ya conocidos, es capaz de desplegar un universo propio y compacto. No hay necesidad de haber visto la saga de Shrek o Gato con Botas: estamos ante un film con vuelo propio, sostenido primordialmente sobre amplia galería de personajes, que son todos enormemente atractivos. No todo se sostiene sobre el Gato con Botas, su ego y sus inseguridades, y sobre su reencuentro con Kitty Softpaws (voz de Salma Hayek): también están Goldilocks (Florence Pugh), acompañada por Mama Bear (Olivia Colman), Papa Bear (Ray Winstone) y Baby Bear (Samson Kayo), una pandilla de ladrones de comportamiento variado e hilarante; Jack Horner (John Mulaney), un ambicioso y egomaníaco criminal que tiene todo menos empatía; y Wolf (Wagner Moura), un antagonista temible, que inspira miedo desde la coherencia de sus acciones. Hay que agregar también a una muy inteligente relectura de Pepe Grillo, pero las palmas se la lleva un perrito (con voz de Harvey Guillén) prácticamente psicodélico en su comportamiento, que parece poseer todos los defectos juntos y es, al mismo tiempo, completamente adorable.

Desde ese conjunto de seres imperfectos y marginales, cada uno con sus características distintivas, es que Gato con Botas: el último deseo construye una aventura electrizante, que nunca se detiene y que hilvana una multiplicidad de tonos. Es que si la comedia es la atmósfera predominante, hay también pasajes que se permiten un vuelco al drama e incluso al terror, pero siempre con el equilibrio justo. Y esa variedad de climas es la que también permiten que el film aborde la noción de familia, los lazos afectivos y, especialmente, el miedo a la muerte, sin solemnidad, sino con la honestidad y sensibilidad indispensables, y siempre desde el movimiento. Gato con Botas: el último deseo es una película divertidísima, pero también -en ciertos tramos- conmovedora, con personajes sumamente queribles y una gran belleza en su diseño estético. Una saludable sorpresa, de esas que la animación estadounidense nos ofrece cada tanto y que siempre son necesarias.