Luciano Cáceres anda loco y enojado
Es un intento ambicioso para un director debutante: contar las peripecias de un tipo singular, Tito Pereyra, nenito en Tucumán, trepador en Buenos Aires, sufrido y sufridor, violento, omnipotente, ligero, desalmado, le gusta andar por la banquina y se las cree. La historia hace agua por varios lados y sólo la buena ambientación consigue darle cierta veracidad. No están mal las estampas de la niñez en Tucumán, pero se demora demasiado. Y el guión no explica cómo ese vendedor de alfajores llegó tan alto y en tan poco tiempo. El final se ve venir y todo respira un aire trágico y algo grandilocuente. De cualquier manera, algunos momentos están bien resueltos, aunque peca otra vez –como mucho film nacional- de querer meter por la fuerza la historia del país en medio del drama de sus personajes. Empieza como una viñeta costumbrista y va girando hacia el testimonio histórico y el thriller. Abarca más de lo que aprieta, pero tiene aciertos parciales a la hora de pintar la vida en las orillas.