Vamos por todo
Irregular, imperfecta, desmesurada, ambiciosa, por momentos desprolija y siempre al límite del desbarranque: todo esto y mucho más es la curiosísima Gato negro. Curiosidad proveniente mucho menos de su forma y temática (una historia clásica de un self-made man que pasa de mendigo a millonario), sino más bien por el carácter extrapolado del actual contexto cinematográfico argentino. Así, cuando gran parte de las producciones apuestan por la pequeñez, el minimalismo y la falta de claridad conceptual al momento de definir qué contar y cómo hacerlo, Gastón Gallo va por absolutamente todo, construyendo una historia que por momentos parece ser más grande que la vida misma.
Tito Pereyra no pegó una. Hijo de una madre pobre y un padre abandónico, emigró a Buenos Aires para terminar en un orfanato. La vuelta a Tucumán lo encuentra trabajando como mano de obra pauperizada en la industria azucarera, pero él quiere algo distinto y vuelve a la Capital, donde empieza a mezclarse en un ambiente de lúmpenes y ladrones de poca monta, hasta que descubre su talento para la retórica y, por lo tanto, para la venta. Así, progresivamente, irá construyendo un emporio de importación de distintos productos.
Gato negro seguirá a Pereyra durante gran parte de la segunda mitad del siglo pasado, mostrando las distintas vertientes de su vida personal y laboral, todo atravesado por la ambición de trascendencia y una disposición constante a traspasar cualquier límite moral y legal con tal de conseguir sus objetivos. Como en Scarface, podría decirse. La comparación con el film protagonizado por Al Pacino es tan permitente como enojosa. Lo primero, porque aquí también el protagonista (Luciano Cáceres: impecable) está siempre al límite del desborde y se genera la empatía del espectador por un personaje inescrupuloso. Lo segundo, porque Gallo se aleja de la sofisticación del De Palma para, en cambio, construir un film más cercano al culebrón histórico, con personajes que entran y salen de la historia (en su mayoría interpretados por rostros conocidos: de Favio Posca a Luis Luque, pasando por Pompeyo Audivert, Lito Cruz y Leticia Brédice), metáforas obvias, música para subrayar emociones y una puesta en escena funcional a la utilización de los planos cortos propios del lenguaje televisivo.
Es cierto que todo esto permitiría hablar de una película fallida, pero la autoconciencia en el uso de sus recursos y la aceptación de sus limitaciones, la sinceridad con la que se articulan los distintos elementos y las ganas de ir siempre por más hacen de Gato negro una película similar a su protagonista, una película con alma, vísceras y corazón. Justo aquello que gran parte del cine argentino parece haber perdido.