Hay que aplaudir de pie al equipo de producción y dirección de arte de esta película, la recreación de época es formidable en todo sentido: desde las locaciones hasta el vestuario pasando por el más mínimo detalle.
Un producto nacional del bueno que quien lo ensucie porque la historia no le gustó o no lo atrapó no sabe contemplar un film como “un todo”.
En su ópera prima, el director Gastón Gallo logra llevar adelante con mucha altura un film que ni por asomo parece ser el primero en la carrera de un director, no solo por lo señalado más arriba sino que también por su montaje y fotografía.
Una gran mención aparte merece Luciano Cáceres por su enorme actuación componiendo a ese tipo despreciable -pero con matices queribles- a lo largo de varios períodos de tiempo, desde un pobre obrero en Tucumán de la década del 60 hasta un poderoso y corrupto empresario en los 80s de Buenos Aires.
Su hablar, caminar y gesticulaciones de acuerdo al paso del tiempo y situaciones de la vida son formidables. Tanto lugar ocupa su papel que se come al resto del elenco: Leticia Bredice, Luis Luque y Lito Cruz.
El único problema que tiene este estreno es su historia, no porque la misma sea mala porque no lo es, sino porque da la sensación de que tarda mucho en comenzar y llegar a un verdadero conflicto que atrape al espectador.
Lo que ocurre es que el conflicto central es la transformación y vivencias del personaje de Cáceres y, aunque esté perfectamente actuado, uno se queda esperando a que ocurra algo y eso recién viene sobre el final.
Lamentablemente esto le resta un par de puntos a la película porque si no sería perfecta.
Últimamente querer a los villanos está muy de moda, sobretodo en televisión (El patrón del mal y Breaking Bad son los ejemplos por excelencia) y el cine ha hecho grandes trabajos con los antagonistas, una materia pendiente en la esfera nacional que comienza a saldarse con creces en Gato negro.