Irregular pero atractivo elogio de los “malos”
Gastón Gallo, reconocido artista de grandes espectáculos pirotécnicos, vencedor de las principales competencias del mundo en la materia, quiso ampliar sus horizontes y los del cine argentino con una película "que alumbre la bondad de los malos", según sus palabras, a través de la historia de un tipo cualquiera, que empezó mal en la vida, luego se fue encauzando como vendedor para salir de pobre, entendió que trabajando honradamente se hace más difícil llegar a rico, llegó a rico, pero siempre hay alguno que quedó abajo y lo odia por eso. El también odiaba todo, cuando chico.
Quizá los momentos más objetables de la película sean, precisamente, los referidos a la infancia en Tucumán y Buenos Aires allá por 1956. Estiran el comienzo, provocan rechazo hacia el personaje -un pibe resentido, respondón y dañino-, son un gasto enorme, y hubieran podido reducirse, o incorporarse como flashbacks del segundo capítulo. Cuando éste al fin llega, y tras algunas vueltas el personaje se asume como un joven buscavidas en un conventillo de malandras y quiere salir más o menos por derecha, la historia empieza a caminar y logra llevarnos, cada vez más ligero.
El ascenso comercial y social de quien hasta entonces fuera el Tito Pereyra, y pasa a ser el dueño de Tito Pereyra SA, el modo tramposo en que hace sus primeros negocios fuertes, enseñado por dos pícaros comerciantes, la cancha para intercambiar más adelante, con los militares, un favor por otro (nada menos que la vida de una joven de Acción Católica, "buena, lo que pasa es que es un poco solidaria"), la pulseada con los sospechosos directivos de la Aduana, ya en democracia, los acuerdos con los chinos, la presión a la justicia apelando a viejos métodos, en fin, todo eso es atractivo y está contado con nervio y buen poder de síntesis.
Paralelamente, corren otras dos historias. Una es la familiar, con el odio hacia los padres, la paciencia del hermano, la mediana cordura y la reconciliación que trae el tiempo. Esa también se plantea mal, pero va mejorando cada vez que reaparece. Y la otra, es la historia con El Familiar, temible monstruo de los ingenios tucumanos, que es donde empieza todo, y donde la Salamanca promete y cumple, pero también cobra. Nadie se puede quedar tranquilo sabiendo que un día habrá de pagarle.
La película es irregular, ambiciosa, excedida, con varios defectos que incomodan al espectador, pero también se hace atractiva, y hacia el final también atrapante, con destacable esfuerzo de ambientación, y un amplio elenco haciendo caracteres vivaces, creíbles, para pintar además un costado poco visto de nuestra historia, sin caer en maniqueísmos. Evoca a veces el espíritu de otro realizador tucumano, Gerardo Vallejo, y lo hace bien, con un paso adelante en algunas cosas.