Paul Gauguin no fue objeto de importantes propuestas cinematográficas. Su figura sólo se la vio en “Gauguin”, un excelente corto documental realizado por Alain Resnais en 1950, y luego en la actuación de Anthony Quinn, en “El loco de pelo rojo” (“Lust for life”, 1956), sobre Van Gogh. En la actualidad resurge cinematográficamente encarnado por Vincent Cassel, en una realización centrada en su viaje a Tahiti en su intento de escapar de escena artística y cultural parisina que lo asfixiaba. “Miro a mi alrededor y nada merece la pena ser pintarlo”, dice Gauguinal inicio del filme.
Paul Gauguin junto con Emile Bernard y Luis Anquetin fueron los iniciadores del estilo sintetista a finales de 1880 y a principios de 1890. Estos artistas provenientes de la escuela de Pont-Aven tuvieron la influencia de lo que se llamó “japonismo”, el modo en que los pintores japoneses hacían uso de la línea, el color negro, y la figura plana.
Paul Gauguin con sus pinturas de Tahití ejerció gran influencia en los artistas de vanguardia de principios del siglo XX. Él había ido a Tahití siguiendo esa necesidad de “lust for life” (ansia de vida) que era el drama de ese momento entre la intelectualidad francesa que oscilaba entre el aburrimiento, la depresión y la melancolía. Fue, también, en busca de su paraíso perdido de la infancia, su arcadia infantil: el Perú, al cual había llegado a los dieciocho meses y vivido hasta los seis años. En esos años su percepción comenzó a atesorar el brillo del sol, las montañas nevadas de Arequipa, los tonos vibrantes de la vestimenta y el aspecto exótico de sus niñeras (china y africana). A Tahití fue en busca de un sueño hedonista y a deshacerse de todas las convenciones, para volver a conectar con esa naturaleza “salvaje” del hombre primitivo.
Nieto de Flora Tristán, importante activista, pensadora socialista y feminista francesa de ascendencia peruana de mediados del siglo XIX, su vida fue semejante a la de ella, una permanente búsqueda de libertad que rompiera con la estructura cuasi monolítica de la cultura occidental. Igual que su abuela viajó, al otro lado del mundo, explorando un horizonte que le permitiera pintar de un modo más natural, menos corrompido, decadente e intelectual, lo que una isla de la polinesia francesa, en el Pacífico Sur, le ofrecía. Para Gauguin Tahití fue el paraíso antes de su caída, un lugar idílico y mitológico que proyectó en sus pinturas desde su visión romántica de la realidad. Flora y él se entregaron a sus sueños, ella a sus sueños políticos y él a los artísticos, comprometiendo sus vidas tras ideales que pudieran transformar la sociedad de su tiempo.
En “Gauguin, viaje a Tahití” Edouard Deluc no pretende hacer una biografía exhaustiva del pintor, sino que tomó recortes de “Noa Noa” y los hilvanó en un canavá que muestra más que la vida misma del artista los estados de ánimo que expresa a la perfección Vincent Cassel. Se centra exclusivamente en su problemática familiar y de vida en París con todas las necesidades económicas que pasa, y en el primer viaje de Gauguin a Tahiti, entre 1891 y 1893.
Se enfoca en su soledad, el abandono de su mujer Mette (Pernille Bergendorff,“Bedrag”, TV. Series 2016), sus penurias económicas, su cada vez más quebrantada salud, su afán febril por pintar utilizando incluso telas viejas como lienzos, la incomprensión en Europa de quienes le rodean: amigos y público.
El retrato de Edouard Deluc enfoca la odisea de un hombre obsesivo y enfermizo, con críticas al colonialismo, que pintó obras maestras como “Parau Api” y convivió con una joven de 13 años Tehura (Tuheï Adams). Pero también centra su atención en la cámara de Pierre Cottereau que recorre con exquisitez los bellos y exóticos paisajes y el modo de vida de la isla. La banda sonora de compositor franco-australiano Warren Ellis está dominada por notas cálidas y oscuras de violín que parecen hacer eco de los diversos estados de ánimo de “Kokey”, el nombre de Gauguin dado por los nativos.
El guion realizado por Edouard Deluc, Etienne Comar, Thomas Lilti, Sarah Kaminsky agregan una historia adúltera, que nunca existió, para sumar énfasis dramático a la realidad del pintor, el triángulo amoroso entre Tehura, Gauguin y Jotépha (Pua- Taï Hikutini), su alumno local. Pero también realizan un trabajo etnográfico al describir las interacciones multilingües de los residentes con “Koday”. Por otra parte, al querer abarcar tantos temas como la naturaleza, el colonialismo, la religión, la sexualidad y el arte, le imprimen al filme una orientación superficial que diluye la verdadera esencia del mundo de Gauguin.
Edouard Deluc en su realización consigue trasladar a la pantalla la efervescencia de los verdes que abarcan toda la isla, como naturaleza salvaje y exuberante, pero que, curiosamente, no está presente en la pintura de Gauguin, ya que éste a menudo pone en primer plano los colores primarios y el verde lo plasma como color secundario junto al naranja, el púrpura, y los marrones saturados en los tonos la piel de los parroquianos. Los verdes son dominantes en las escenas diurnas, pero con un contraste de negro intenso en las escenas nocturnas.
Vincent Cassel (“Los ríos color purpura”, 2000, “Irreversible”, 2002, “Promesas del Este”, 2007, “Un método peligroso”, 2011), desde su actuación en “Mesrine” (parte 1 “Instinto de muerte” y parte 2 “Enemigo público N°1” ) de Jean François Richet, se negó a hacer cualquier tipo de biopic, pero ante la propuesta de interpretar a Gauguin por parte de Edouard Deluc (“Mariage à Mendoza” , Casamiento en Mendoza, 2012, “La collection” TV. Serie -2011), dijo que si, y comenzó a estudiar pintura para poder interpretar mejor al pintor y a leer “Noa Noa” (el diario de viaje ilustrado) de Gauguin, sobre el que se basó la película.
En “Gauguin, viaje a Tahití”, Vincent Cassel capta hábilmente la naturaleza de un alma atrapada por el tormento creativo. Barbudo, demacrado, con el típico abandono de un bohemio que quiere comerse el espacio que lo rodea y pinta desaforadamente para lograrlo, muestra en una excelente interpretación la inestabilidad emocional del pintor.
“Gauguin, viaje a Tahití” es un filme en el que Edouard Deluc parece decir aquello que amamos, como personas o espacios no quieren quedarse encerrados siempre, Se despliegan. Diríase que se transportan fácilmente hacia otra parte, a otros tiempos, en planos diferentes de sueños y recuerdos, y en este caso a la pantalla.