Germania

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Llega el crepúsculo a una granja litoraleña

Es curioso que Germania, ópera prima del realizador argentino Maximiliano Schonfeld, se estrene el mismo día que Amour, de Michael Haneke. Si algo trabaja el film de Schonfeld (Crespo, Entre Ríos, 1982) es la idea de latencia, que sostiene en buena medida la obra entera del realizador austríaco-alemán, hallando su máxima y más elíptica expresión en La cinta blanca. La diferencia es, en tal caso, que en Haneke lo que late es el mal, lo siniestro, lo perverso. Mientras que en Germania –si bien cierta forma de perversión no deja de estar muy presente– hay una mirada más dirigida a lo contemplativo, al puro registro de una situación, que a lo acusatorio o admonitorio, como en el realizador de Caché. La otra coincidencia, claro, es que tal como su nombre lo indica, la comunidad litoraleña en que transcurre Germania es de origen alemán. Que tal vez sea lo que en buena medida explica la latencia, tanto en Schonfeld como en Haneke: lo que late es siempre lo reprimido. Y a la hora de las represiones, el protestantismo –religión predominante en el país de Martín Lutero– suele ir a la cabeza.

Están instalados en el país desde hace más de un siglo, pero los vecinos de Santa Rosa siguen hablando en alemán. Más precisamente en un dialecto proveniente de la zona del Volga, que es de donde emigraron. “¿Por qué estamos hablando en dialecto?”, le pregunta la adolescente Brenda (Brenda Krütli) a su hermano Lucas (Lucas Schell), y luego siguen la conversación en castellano. Cosa que su madre viuda (Margarita Greifenstein) no hace jamás. La relación con el idioma de procedencia –y por lo tanto con las tradiciones, los antepasados, y, del otro lado, con el presente, la comunidad de adopción– señala un primer corte generacional al interior de la familia protagónica. Otro corte parece indicarlo el escaso apego que por las tareas de la granja (se trata de una comunidad campesina) muestran Brenda y Lucas, a quienes es difícil imaginar sucediendo a sus mayores.

Los adultos se reúnen a bailar polcas en el club de la zona, los jóvenes interactúan con los cogeneracionales del lugar. Los varones, jugando al fútbol en los alrededores. Brenda, compartiendo el partido de truco que juega el peón al que sigue a todas partes, por razones que ya se develarán. Los criollos la ignoran, por mujer, por “gringa” o ambas cosas. Es un día especial en la vida de Margarita, Brenda y Lucas: la muerte de sus gallinas, aparentemente por consecuencia de una peste indefinida, y la promesa de la soja, del otro lado de la frontera, hacen que ése sea su último día en Santa Rosa. Esa peste, el desconcierto de los aldeanos y la ausencia de veterinarios parecen hablar de una forma de decadencia. Decadencia concreta o metafórica: Schonfeld trabaja, con pericia, sobre ambos planos a la vez.

Que Brenda y Lucas se celen (“¿así que saliste con una puta anoche?”, pregunta ella, envenenada como una novia) y en algún momento se rocen más que cariñosamente, habla de otra forma de decadencia, la endogamia. Endogamia que su madre parece presta a replicar, peinando amorosamente a su cuñado y bailando con él. Esa es la zona “más Haneke” de Germania, que tras su participación en Competencia Internacional del último Bafici ganó dos premios, incluido el Especial del Jurado. A diferencia de Haneke, Maximilano Schonfeld –cuyo padre se crió en un pueblo muy semejante a Santa Rosa– parece más interesado en el instante presente que en lo que vendrá. De allí que no haya aquí suspenso o sensación de amenaza, como en el realizador de Funny Games, sino contemplación y elipsis.

Las escenas son extendidas, filmadas en planos largos y protagonizadas por actores que hacen del hieratismo una forma de opacidad. Actores de la zona: de allí que sus personajes se llamen como ellos. En lugar de opacidad, cierto tono ambarino destaca la notable fotografía de Soledad Rodríguez. Predominan sombras, amaneceres, atardeceres. No simplemente por los ritmos de la vida agraria, daría la impresión, sino como modo de comunicar los inicios y finales que marcan ese día. Las sombras tal vez sean las de aquello de lo que los protagonistas no hablan.