Amanece en Entre Ríos. En medio del campo tres juegan como chicos. Son de una pequeña localidad de esa provincia. El día está comenzando para transformarse en el último para una familia de alemanes de la zona del Volga que viven allí. La Madre (Margarita Greifenstein) y sus dos hijos, Brenda (Brenda Krutli) y Lucas (Lucas Schell) van atravesando de apoco la sensación de abandono por el desarraigo obligado. Hay una razón por la cual deben dejar todo y enfrentar una nueva forma de vida. En principio, son dueños de una granja avícola y de otros animales que están muriendo por razones desconocidas.
Un planteo interesante por parte de Maximiliano Schonfeld. En especial para aquellos espectadores que no necesiten muchas explicaciones, o mejor dicho, que no se hacen las preguntas habituales cuando una ficción se presenta ante sus ojos. Preguntas instintivas, naturales que nacen frente a una obra cinematográfica y se relacionan al armado y entramado de casi todo lo que rodea a los personajes. ¿Por qué están allí? ¿Qué pasó? ¿Qué los lleva a reaccionar de determinada manera? ¿Qué los motiva a ser de una manera y no de otra? ¿Cómo llegaron a esta situación? ¿Adónde van? (¿Sigo?)
Las preguntas ya no parecen tener validez en esta parte de la historia de nuestro cine. Es una época en la cual la propuesta se acepta como es y cada uno construye su propio mambo, su propia historia e interpretación. Como si fuera uno de esos libros de “elige tu propia aventura”. Ni siquiera hablamos de simbolismos o metáforas.
Se puede filmar un primer plano de un tipo metiéndose el dedo en la nariz durante cinco minutos y compaginarlo con un plano entero de un panadero sacando bizcochos del horno. La interpretación es subjetiva, pero la decisión de no contar qué hace ese tipo ahí y todas las preguntas anteriores, es del director.
En la contemplación de planos largos, tanto de los escenarios naturales como de los rostros de los NO actores, es donde aparentemente hay que buscar las respuestas en “Germania”. Por cierto, la utilización del sonido ambiente del campo es un elemento interesante, junto con planos generales bellamente filmados. Como si la naturaleza siguiera su curso más allá de los problemas humanos.
La utilización de no actores se entiende como una búsqueda de naturalidad despojada de algunos vicios. Claramente, un arma de doble filo dada la inexpresividad de todo el “elenco”. Está clara la situación por la que atraviesa esta familia, sin embargo hay apenas segundos aislados donde se puede vislumbrar emoción con lo que les pasa, con lo cual se pierde gran parte de esta mirada minimalista hacia el núcleo familiar. Aún en alemán, los diálogos salen forzados. Una cosa es decir palabras y otra actuar una ficción.
Honestamente me tiene un poco cansado el ahorro presupuestario en este sentido. Son contadas con los dedos de una mano las veces en las que prescindir de actores para contar una historia funciona.
Pero no me quiero ir por las ramas porque “Germania” tiene virtudes cuando se trata de poner algo de uno a la hora de establecer una relación con el arte. Tampoco es bueno el delivery con todo masticado.