Ghost in the shell: impacto y filosofía de moda
Scarlett Johansson regresa a la pantalla grande con esta película, que generó mucha polémica durante su rodaje
Se habló mucho de esta película de gran presupuesto (120 millones de dólares) y elenco internacional antes de su estreno. A la aceitada campaña de marketing se sumó la inútil polémica por el whitewashing tan de moda hoy en Hollywood (aun cuando el personaje que interpreta Scarlett Johansson es un robot) y las especulaciones habituales en redes sociales de los fans del manga original creado a fines de los 80 por Masamune Shirow que Mamoru Oshii adaptó para un largo de animé. En términos visuales, el film es realmente impactante (y deudor de predecesores célebres como Blade Runner y Matrix). Su andamiaje narrativo es sólido y su línea argumental simple: el cíborg construido en una primera secuencia, que remite al inicio de la serie Westworld, no sólo tiene cerebro humano, sino también su propio ghost -alma de esa máquina diseñada para combatir el crimen en una alienante ciudad futurista cargada de estímulos visuales-y de pronto descubre un pasado que la poderosa compañía para la que trabaja ha borrado deliberadamente de su memoria.
Aparece entonces el melodrama familiar, una de las capas de la historia, que obviamente incluye escenas de acción -algunas realmente notables por su equilibrio entre espectacularidad y nitidez- y un trasfondo ideológico propio del mindfulness -otra moda- que machaca con la idea de que lo mejor es tomar conciencia de que son nuestros actos del presente los que nos definen, más que los de un pasado al que es inútil aferrarse.