Mucho envase y poco espíritu
Scarlett Johansson es una policía con cerebro humano y cuerpo robótico, en esta fría versión de un animé de 1995.
A la ola de adaptaciones, rescates y franquicias que asola el cine industrial se suma Ghost in the Shell: con origen en un manga publicado a fines de los ’80, ya tuvo sus versiones de animé, tanto en series televisivas como películas. La primera, de 1995, es el molde de esta, que respeta tanto los lineamientos básicos del argumento ciberpunk como muchos de sus aspectos icónicos, pero cuenta una aventura algo cambiada.
La historia se sitúa en un futuro donde la conectividad es total –hasta los cerebros están en red- y las “mejoras” tecnológicas de los cuerpos son tan frecuentes como ahora lo son las cirugías estéticas, al punto de que cuesta distinguir humanos de robots. Todo transcurre en una megalópolis al estilo Blade Runner: oriental, invadida por publicidades -en este caso, tridimensionales-, oscura, lluviosa. Ahí, la División 9 está tras los pasos de un peligroso terrorista.
Ya nos acostumbramos a ver a Scarlett Johansson pateando, pegando y disparando, embutida en esos trajes ajustados que tan bien le quedan. Toda una heroína de acción, primero fue La Viuda Negra, después Lucy y ahora es la Mayor, una ciborg policía con cerebro humano y cuerpo robótico que lidera la División 9. Ella tiene dudas existenciales sobre su naturaleza: ¿Es humana? ¿Tiene alma? ¿Cuál es su origen?
La suya fue una elección criticada por muchos fanáticos del animé -consideraban que el rol debía ser para una actriz asiática-, pero es uno de los puntos fuertes. Como el resto del elenco internacional que interpreta para los papeles clave: Juliette Binoche, Takeshi Kitano, Pilou Asbaek.
Otra de las fortalezas es el aspecto visual. Por momentos los efectos digitales están pasados de rosca y todo se parece demasiado a un videojuego, pero en general las proezas de los semihumanos en esa ciudad futurista son asombrosas. En ese sentido, la adaptación del animé original está lograda. Pero falta volumen dramático, los problemas filosóficos están planteados esquemáticamente y, así, la película termina padeciendo el mismo conflicto que la Mayor: una irresuelta tirantez entre una cáscara poderosa y un espíritu borroso.