Detrás de la cáscara
La nueva película de “Ghost in the Shell” (subtitulada en la Argentina como “La vigilante del futuro”) es parte de una circularidad. En la década del '80, varios autores de manga (cómic japonés) se vieron influenciados por el clima oscuro y opresivo de “Blade Runner”, la cinta en la que Ridley Scott plasmó por primera vez el universo distópico de Philip K. Dick.
Algo de esto se puede ver en el mundo lluvioso y los patrulleros volantes de “Silent Möbius” (de Kia Asamiya), en la serie “Bubblegum Crisis” (la protagonista, que enfrenta robots desbocados, se llama Priss, como el personaje de Daryl Hannah, y su banda de rock es The Replicants), y hasta en el Neo Tokyo de “Akira”, de Katsuhiro Otomo. Por allí también andaba Masamune Shirow, que abrevó en esas aguas scott-dickianas, como así también en el mundo cyberpunk de William Gibson (autor de la novela “Neuromante”) para cranear “Ghost in the Shell/Kokaku Kidotai”.
Ahora Rupert Sanders y los guionistas Jamie Moss y Ehren Kruger pegan la vuelta y crean de la mano del diseño de producción de Jan Roelfs una Tokio futurista recargada de publicidades holográficas, a medio camino de la Los Ángeles de Blade Runner y la estética publicitaria de las ciudades de Paul Verhoeven (la Chicago de “Robocop”, por ejemplo) más “soleada”. Porque esta versión “anglosajona” de “Ghost in the Shell” tiene una apuesta a la estética muy fuerte, que por ahí se desdobla de la argumental.
En el medio, hay una presencia no acreditada pero ineludible: la película animada realizada por Mamoru Oshii en 1995, con la descomunal música de Kenji Kawaii (quizás debería ser reconocido a la altura de John Williams o Ennio Morricone). Con una estética dark, un argumento denso y diálogos escuetos, es de una gran belleza visual (la escena del montaje del cuerpo de Kusanagi, con música, sigue siendo fascinante. Moss y Kruger llevan la historia para otro lado, con la inspiración dickiana en la temática de las falsas memorias; pero su apuesta es más terrenal, con villanos (verdaderos y falsos) concretos, y una especie de happy ending. Pasemos a la historia, justamente.
Mascaradas
En el comienzo vemos a una chica siendo llevada a un quirófano, alguien dice que su cuerpo no se salvará, y que implantarán su cerebro en un cuerpo cibernético, siendo destinada a la Sección 9 (delitos tecnológicos) de la policía. Es un mundo en el que la mayoría tiene implantes de “mejora” cibernética, lo cual deriva también en formas novedosas de cometer delitos. La ahora mayor Mira Killian es la primera de su clase, y eso no hace que deje de sentirse sola. Tiene un pasado borroso, con sus padres muertos en el hundimiento de un barco por terroristas (donde ella casi fallece) pero también unos sospechosos fallos, imágenes que se le manifiestan inesperadamente.
La Sección 9 se ve involucrada de golpe en una serie de crímenes contra científicos de la empresa Hanka Electronics (la que desarrolló el cuerpo de la Mayor). El responsable, un tal Kuze, controla y reprograma robots y cyborgs para cometer esos delitos. Con el correr de la investigación, la Mayor descubrirá que atrás de las motivaciones de Kuze se juega su propio origen, que Hanka (y su dueño, Cutter) no es lo que parece y que no todo es como le contaron.
Ahí hay una particularidad de esta película: el abordaje del pasado de la Mayor (que de todos modos se cuenta rapidito), dimensión que no estaba en los productos nipones; y de paso sirve para explicar por qué Motoko Kusanagi se convirtió en la caucásica Mira Killian (aunque no escasean los occidentales). Y, como dijimos, ponerle el rostro de Cutter a Hanka, como un señor inescrupuloso, e identificar al “falso enemigo” en Kuze, sacando del camino al Puppetmaster, una forma de vida inmaterial. Esto nos lleva al cambio sobre el final: si en la cinta de Oshii se apuntaba a la trascendencia, en la de Sanders hay una victoria del yo, de la afirmación individual.
A fin de cuentas, ése es uno de los temas centrales: ¿Quiénes somos? ¿Cuándo dejamos de ser humanos? “No estás definido por tu pasado, sino por tus acciones”, dirá Mira/Motoko en algún momento. El título, literalmente “espíritu en la vaina”, nos mete de entrada en la discusión: es el alma, el ghost (que para nosotros suele ser un sinónimo de fantasma, pero no olvidemos que el Espíritu Santo es el Holy Ghost) lo que nos hace humanos y nos distingue de la máquina, por más perfecta que sea; y la intervención de la mano del hombre no nos convierte en artificio (ése era el dilema de Rei Ayanami en “Evangelion”, ya que hay “manganimeros” en la sala).
Apuesta estética
Donde sí hay un homenaje a Oshii es en el “guión de escenas”: Sanders se regodea en tener el salto de la Mayor desde el techo con su habilidad de hacerse invisible, el enfrentamiento con la geisha robótica, la pelea de puños en el agua, el remanso del buceo y el clímax con el tanque araña (algún fanático habló de los basset hounds en el callejón, pero eso es para gente muy atrapada).
Es que es en el terreno visual donde la película gana: desde el trabajo en animación digital para darle vida a la ciudad holográfica, o la invisibilidad, al desarrollo en animatronics (efectos mecánicos) de la empresa Weta (la geisha es la actriz Rila Fukushima envuelta en una armadura, junto con muñecos para otras escenas). La fotografía de Jess Hall crea un universo luminoso, aséptico: es la visión del futuro que tenemos ahora, en los tiempos de la luz de LED y los smartphones. Y, tanto en la acción como en la quietud, hay algo “animero” en el planteo general.
El elenco, con las caracterizaciones del caso, acompaña esa propuesta estética. La polémica sobre el pasaje de personajes asiáticos a occidentales es atendible, pero en el universo del manga y el anime siempre existió esa ambigüedad de ojos grandes y expresivos.
Scarlett Johansson es ideal para el papel (aunque Margot Robbie haya sido una de las propuestas originales). La rubia que acá está morocha (con el corte de pelo pensado por Shirow) siempre se luce en papeles de superheroína de pequeño tamaño, grandes habilidades y fuerte determinación, como la Viuda Negra de Marvel o su personaje en “Lucy” de Luc Besson (que gusta de esas heroínas, como Milla Jovovich), al mismo tiempo que sabe darle espesor dramático a la soledad de su personaje.
Otro de los hallazgos es Takeshi Kitano como el jefe Aramaki: con su porte inexpresivo y pausado, hablando todo el tiempo en japonés, es el representante del cine nipón, y tiene un peso en pantalla casi sin esfuerzo. Del otro lado, un irreconocible Pilou Asbæk tiene suficiente humanidad como Batou, el compañero de la Mayor, como para aterrizarla en el mundo. Juliette Binoche, actriz de fuste, se hace cargo sin problemas de la doctora Ouelet, la “constructora” de Mira. Por ahí, a Michael Carmen Pitt y Peter Ferdinando, Kuze y Cutter respectivamente, les falte un poco de intensidad en sus roles de contrafiguras.
En síntesis: una rica experiencia visual, un mito de la cultura japonesa revisitado por la nueva imaginería global, que promete más de estas experiencias. Konnichiwa, Kusanagi-san.
buena
“Ghost in the Shell: La vigilante del futuro”
“Ghost in the Shell” (Estados Unidos, 2017). Dirección: Rupert Sanders. Guión: Jamie Moss y Ehren Kruger, sobre el manga de Masamune Shirow. Fotografía: Jess Hall. Música: Lorne Balfe y Clint Mansell. Edición: Billy Rich y Neil Smith. Diseño de producción: Jan Roelfs. Elenco: Scarlett Johansson, Pilou Asbaek, Takeshi Kitano, Juliette Binoche, Michael Carmen Pitt, Peter Ferdinando, Rila Fukushima, Chin Han, Danusia Samal. Duración: 108 minutos. Apta para mayores de 13 años con reservas. Se exhibe en Cinemark.