Ni el manga ni el animé impresionaron tanto, pero cuando salió Ghost In The Shell (1991) fue la revancha directa de la fantasía japonesa al pleno corazón de la ciencia ficción. En 1996 el libro fue convertido en animé, y entonces no quedó duda de que la creación de Masamune Shirow era la más perfecta simbiosis entre el cyberpunk de William Gibson y sci-fi pos-apocalíptico de Blade Runner. La idea de un híbrido de androide con cerebro humano (y la idea de que ese híbrido fuera un superhéroe en un mundo corroído) resultó altamente volátil en los noventa. Hoy, cuando los androides avanzan como la inflación y los híbridos son un proyecto, la idea no impacta tanto. Y lo mismo pasa con esta adaptación al cine con personajes de carne y hueso, con guion del propio Shirow y roles estelares de Juliette Binoche y el gran Takeshi Kitano.
En un futuro indeterminado (por las dudas, la ciencia ficción ya no da fechas), la Mayor Mia (Scarlett Johansson) es el experimento perfecto. Sobreviviente de una nave atacada por terroristas, su cerebro fue puesto en una máquina y la Mayor es ahora un soldado letal en la lucha contra el oscuro Kuze (Michael Pitt), que vive hackeando híbridos para sabotear al gobierno y a la empresa que los manufactura. Hay un atentado que sirve de bisagra en la vida ciborg de Mia. Una geisha androide provoca gran daño en una reunión de altos dirigentes y sus sobras (un manojo de cables y carne sintética) son usadas por la Mayor para escanear sus orígenes, con la intención de llegar al aguantadero de Kuze. Pero el escaneo sale mal y desde entonces Mia tiene visiones. Cuando descubre que esas visiones son el conflicto entre su memoria y recuerdos implantados entenderá que alguien en su propio bando la está usando, retaceándole recuerdos de su identidad. Y así se desata el verdadero conflicto del film, cuyo verdadero problema es ser demasiado fiel al manga japonés. Se percibe que entre los bares de yakuzas y androides, por los callejones inundados, los edificios de viviendas abigarradas y los carteles lumínicos en 3D (una pesada y siempre irresuelta herencia de Blade Runner) la película pierde voluntad identitaria, pegada fotograma a fotograma a las ilustraciones del original.
Lo más destacable de Ghost In The Shell es el rol protagónico de Scarlett Johansson; con la experiencia previa de haber sido una mutante en X-Men y una alienígena en la excelente Under The Skin, lejos ya de aquella adolescente emo de Lost In Translation, la actriz se mueve con naturalidad en su nueva piel sintética y muestra sin pudor su cuerpo desnudo y atlético, apenas disimulado por una pátina de pintura blanca. Sólo apta para fans de Scarlett, sin reservas