¿Ser o no ser?: el robot que hay en mí
En mayo de 1989 se publicaba en la revista “Young Magazine” el manga “Ghost in the Shell”, de Masamune Shirow (nombre artístico de Masanori Ota). La trama se desarrollaba en el año 2029, en donde el ser humano ha sido capaz de implantar tecnología en su cuerpo aumentando así sus capacidades. Es difícil diferenciar a los humanos de los robots, pero todos se conectan a través de sus “ghost” –su alma– a un espacio cibernético donde se encuentran todos los datos creados por la sociedad.
La protagonista es la mayor Motoko Kusanagi, que posee todo un cuerpo artificial y trabaja para la Sección 9, organismo que se dedica a resolver los crímenes y delitos que tienen que ver con esta nueva tendencia. Su función es evitar los continuos atentados de criminales cibernéticos y terroristas tecnológicos. La Mayor se ve envuelta en la investigación del ghost de un hacker que se hace llamar Puppeteer que la llevará a indagar más sobre su propio pasado.
Durante ocho entregas, hasta noviembre de 1991, esta obra se dedicó a profundizar y poner el punto en las consecuencias éticas y filosóficas de la unión entre el hombre y la máquina, la identidad, la inteligencia artificial, la tecnología, la existencia del ser humano.
Esta obra fue tan interesante que dio lugar a una segunda parte (1992-1995), una continuación del primer manga (1991-1997). Dos temporadas de una serie de animación más una OVA (Original Video Animation), y dos películas –la más conocida en nuestro país es la de 1995-. Tardó pero ahora nos llega la versión “hollywoodense” de esta magnífica obra japonesa.
Mira Killian (Scarlett Johansson), también conocida como la Mayor, es un híbrido cyborg-humano femenino único en su especie, que lidera la Sección 9, un grupo de trabajo que se dedica a detener a los extremistas y criminales más peligrosos. Cuando se enfrente a un hacker llamado Kuze (Michael Pitt), cuyo único objetivo es acabar con los avances de la empresa Hanka Robotic’s en la tecnología cibernética (que la “creó” a ella), se verá inmersa en una intriga que la hará dudar de absolutamente todo. Incluso de su existencia.
Lo primero que hay que decir de “La Vigilante del Futuro” es que es visualmente hermosa, y que sus efectos especiales los van a dejar con la boca abierta. Sí, no existe aparentemente nada que esta gente no pueda crear para una película. Pero todo lo demás, todo lo interesante que tenía la historia de donde se nutre el filme, está lavado, rebajado, casi aguado, diríamos. Es que el largometraje sí indaga en la pregunta existencialista de la fusión hombre-máquina, explora lo de la supervivencia del alma por sobre la tecnología, o la ética de los avances y hasta dónde se puede llegar en pos de la modernidad. Pero hasta ahí. Porque después quiere darle acción, llamar al espectador a que no se aburra en sus butacas, entonces deja de lado eso para centrarse en tiros, peleas, explosiones (que tampoco es tanto, apenas un par de escenas). El tema es que resulta una especie de híbrido –al igual que la protagonista– que se queda a medio camino entre el filme de acción o el existencial. Hermoso el ambiente cyberpunk –siempre es efectivo mezclar el futuro pero con lo oriental, como en este caso– y las referencias a todas esas películas como Blade Runner (1982), Matrix (The Matrix, 1999), y podríamos seguir. Si se preguntan por Scarlett, bueno, hace lo que puede con lo que tiene.
La Vigilante del Futuro plantea un tema mucho más que interesante, pero no con la profundidad o interés de, como por ejemplo, lo hizo Westworld (2016- ). En definitiva, a esta obra le falta el “alma” de la que tanto pregona.