El aspecto visual recuerda a Blade Runner, los personajes y algunas calcadas escenas (con pequeños giros) rememoran el animé original, y ciertos cableados y delirios cyberpunk hacen pensar en Matrix, pero lo cierto es que esta adaptación de Ghost in the Shell no tiene absolutamente nada de la profundidad de las mencionadas películas. Apenas si, irónicamente, es un fantasma en un caparazón muy vacío de las mismas.
Eso es, claro, una enorme desgracia, teniendo en cuenta el original del cual partía, pero a la vez una profecía cumplida que, en el fondo, era bastante predecible. No extraña que el mensaje críptico, ambiguo, y enredado del animé de Mamoru Oshii aquí sea simplificado en un producto destinado a las masas que, con un dejo de cinismo comercial, de acuerdo a las concepciones de Hollywood son aquellas que no pueden pensar. No ideas estrambóticas o complicadas, sino absolutamente nada. Es por eso que el nivel de exposición del guión resulta alarmante aún sin comparar con la fuente original: antes de comunicarse telepáticamente, los personajes aclaran "vamos a comunicarnos telepáticamente", y previo al momento inicial donde vemos la creación de un androide, se nos aclara "no es una máquina, retiene fragmentos de un humano, y la creamos porque ésto y lo otro". Bien: los estudios no sólo olvidan que el espectador -por lo general- es capaz de atar y unir conceptos, sino que además presuponen que nadie vio Robocop (original, o su triste remake).
De manera engañosa, la trama respeta algunos lineamientos de la Ghost in the Shell original, partiendo de la base que dice que en el futuro los androides han alcanzado un nivel de sofisticación tal, que a menudo es fácil confundirlo con humanos. El fantasma del cual se habla en el título no debe ser entendido como un espectro sino como un espíritu, y por si uno no lo comprende, ahí está el diálogo para reiteradas veces resaltarlo. Así las cosas, mientras que en el anime el bien y el mal aparecía más desdibujado o era relativo, aquí la necesidad de apuntar con el dedo índica y señalar a un culpable, abandona todo tipo de sutileza y nos recuerda que "hay malos, hay buenos, y está en nosotros ser uno u otro". Así de simple, sin concesiones, no sea cosa que nos confundamos y pasemos de bando.
En esta nueva concepción de la historia, Major (Scarlett Johansson, lo mejor de la película) sabe que tiene un ghost y lucha contra quienes quieren quitárselo: empresario, burócratas, etc. En paralelo, una suerte de ghost hacker amenaza con alterar la paz de este mundo hipertecnológico, pero pierde protagonismo frente a un villano menos interesante que termina por derrocarlo, a fuerza de clichés y simplificaciones argumentales.
Ghost in the Shell es apenas el eco de un potente grito aquí silenciado, que pasará a la historia como otro ejemplo de la banalización de los contenidos por parte de Hollywood, que irónicamente le quita todo el espíritu a una obra que se basaba en filosofar sobre lo que significa ello.