Existencialismo cibernético
Gracias a films y series que se convirtieron en fenómenos de masas de la cultura pop, el anime cobró notoriedad mundial por la mezcla de delicadeza y sensibilidad artística con historias de gran profundidad filosófica, cibernética y psicológica. Nombres como Hayao Miyazaki, Mamoru Ochii, Katsuhiro Ôtomo o Rintaro se han convertido en iconos de la cultura de dibujo animado que han atravesado las brechas generaciones entre niños, adolescentes y adultos. Ghost in Shell, el manga de ciencia ficción escrito e ilustrado por Masamune Shirow sobre un grupo paramilitar antiterrorista en un Japón futurista, fue editado por primera vez en 1989 y llevado de forma extraordinaria al cine animado dos veces en una distopía lóbrega por el director japonés Mamoru Oshii (Jigoku no banken, 1987), y más tarde, a la televisión por el realizador Kenji Kamiyama bajo el titulo Ghost in Shell. Stand Alone Complex en 2002 y en 2004, en dos temporadas de veintiséis capítulos cada una.
El guión de Jamie Moss y William Wheeler no pretende crear una nueva historia dentro del fecundo universo narrativo de la creación de Shirow. En su lugar emprende una combinación de escenas de las distintas puestas originales de los films de Oshii y de las dos temporadas de la serie animada, centrándose en la historia de Kuze y Motoko de la segunda temporada, pero con escenas calcadas principalmente de la primera temporada y de la primera película a modo de homenaje y guiño para los fanáticos.
El director inglés Rupert Sanders –Blancanieves y el Cazador (Snow White and the Huntsman, 2012)- intenta reproducir las imágenes de acción de las obras animadas ante todo respetando las escenas originales en una búsqueda constante de aprobación por parte de los seguidores. Scarlett Johansson encarna a la emblemática Mayor de la Sección 9 de Seguridad Pública, Motoko Kusanagi, la entidad dirigida por el experimentado Aramaki, aquí interpretado por Takeshi Kitano. Ambos personajes emulan tanto la severidad castrense de los personajes originales como la relación de compañerismo surgida de la superación de la aspereza a través de la confianza surgida en la sincronía de las misiones militares. Esta confianza que cruza todas las versiones contrasta con la apatía social de una sociedad incapaz de convertirse en comunidad, controlada por sus deseos teledirigidos, en perpetuo estado de excepción en una posguerra fría en la que los refugiados de los países que perdieron buscan escapar de la miseria y la tragedia.
El relato comienza con el trasplante exitoso del alma de Motoko, una adolescente que ha perdido todo, su familia y hasta su cuerpo humano, a un cuerpo sintético por parte de la empresa Hanka Robotics, lo que representa una revolución tecnológica que tendrá impacto en el desarrollo de la sociedad gobernada por las corporaciones capitalistas. Una característica que resalta en comparación con la serie y los films animados es el afán del film por eludir lo más posible la cuestión política y económica anticapitalista, presente en todas las versiones de Ghost in the Shell, ya sea de forma subrepticia o explicita.
Un año después del trasplante, la Mayor se encuentra combatiendo el terrorismo en la Sección 9 y descubre a un hacker que amenaza a diversos directivos de la corporación cibernética Hanka. El responsa de los ataques cibernéticos a los ciber cerebros de Hanka es Kuze, un enigmático y habilidoso hacker que parece buscar una venganza contra los científicos de la empresa.
Con resultados contradictorios, los guionistas unen escenas, diálogos e historias de las dos temporadas de la serie y las películas, introducen ligeros cambios y hasta personajes con el fin de imponer una personalidad propia al opus, que solo cobra vida a través de la fuerza de la historia original como recuerdo y nostalgia de la combinación de sutileza, ternura y violencia del proceso de autodescubrimiento y adaptación a la soledad de los personajes que son interpelados constantemente por componente filosófico existencialista. En comparación con la potencia de la sensibilidad y la delicadeza del abanico de sentimientos auténticos de la serie y los films animados, el guión de Moss y Wheeler representa la pasteurización de los mismos, ya que simplifica todos los conceptos filosóficos de individualidad, alma, desarrollándolos sin gran profundidad ni inspiración en discursos vacíos en lugar de imprimirlos en el estructura de la narración.
La película de La Vigilante del Futuro: Ghost in the Shell (Ghost in the Shell, 2017) queda así como un homenaje correcto, apto para un público masivo de ciencia ficción que prefiere menos filosofía, menos política y más acción. A pesar de la falta de originalidad del guión y la tibia dirección, el film cuenta con varios puntos muy altos como el diseño artístico y los decorados que se asemejan a Blade Runner (1982), de Ridley Scott, o la música del Clint Mansell junto a Lorne Balfe, que intenta conmover y perturbar al igual que las extraordinarias y turbadoras composiciones de Kenji Kawai para los films de Ochii. Las actuaciones logran dar vida a unos personajes fascinantes y Johansson demuestra que la ciencia ficción le sienta de maravilla, al igual que en su interpretación en Under The Skin (2013). Aún así, narrativamente la película de Sanders logra transmitir el espíritu del manga de Shirow, una distopía de ciencia ficción sombría y desesperanzadora sobre la ponderación excesiva de la tecnología sobre la vida, la cibernetización de la humanidad y la pérdida de la individualidad en un mundo hiperconectado en que la diferencia entre las corporaciones y el Estado es cada vez más imprecisa.
Tal vez no estemos ante la mejor adaptación de la complejidad de Ghost in the Shell, ya que no hay un cuestionamiento de los valores capitalistas que caracterizaron a la serie y los films como uno de los mejores animes de la historia, ni tampoco hay un villano de valía, pero si al menos logra que algunos espectadores se adentren en la belleza y la profundidad de la serie y los films de Ochii y abandonen su rol de consumidores dóciles que se presuponen apolíticos, habrá valido la pena.