La vigilante del futuro. Ghost in the shell

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

EL ETERNO QUIEN SOY

Tal vez por la catarata de comentarios que hubo en la previa, especialmente por parte de los fanáticos del manga de Masamune Shirow en el que se basa, esta versión de Ghost in the shell parece limitada por el respeto al original, pero además por su imposibilidad de atravesar la lista de referencias sobre la cual se construye y elaborar algo nuevo con eso. A esta altura, el tópico de robot-se-pregunta-por-su-existencia ofrece pocas variantes y lo que queda es apostar a lo visual, un campo donde la película de Rupert Sanders se destaca pero siempre desde la simulación y la repetición de viejos conceptos.

La protagonista es Scarlett Johansson, quien como Major representa un paso más allá en la imbricación entre lo humano y lo robótico: es la primera vez que un cerebro se inserta en un cuerpo mecánico, y el experimento es seguido con detenimiento tanto por los científicos que la crearon como por la compañía que desarrolló el concepto. Pero como integrante de las fuerzas de seguridad Major terminará investigando el accionar de un hacker, acción que la enfrentará a una serie de dilemas existenciales sobre su identidad, que es en definitiva el gran tema de Ghost in the shell: ¿cómo se construye la identidad? El film de Sanders es un poco dubitativo a la hora de hacerse cargo del peso filosófico de la propuesta, y apuesta por el thriller de acción pero sin dejar de lado la reflexión. Lo que queda en definitiva es un híbrido como los que aparecen a cada rato en la película: un film que busca entretener sin perder la reflexión, pero que quiere reflexionar sin olvidarse del movimiento y del entretenimiento. Digamos que esto no es algo que no se haya hecho antes, pero hay que tener las ideas muy claras como para que la combinación no se empantane. Y eso es lo que precisamente le pasa a Sanders, una película a la que le cuesta muchísimo poner todas sus piezas en movimiento y encontrar el tono adecuado. Por momentos todas esas dudas sobre qué decisiones tomar parecen más una reflexión autoconsciente de una película que avanza sólo por el peso de una historia original que le presta el material.

Si bien la película se toma sus libertades (la de Johansson seguramente sea la más discutida, aunque está totalmente justificada), lo cierto es que no son tantas como se suponía: el film incorpora muchísimo del aspecto visual tanto del manga como de su versión animé de 1995, a la vez que homenajea a su manera a la vieja Blade Runner con ese ciberpunk decadente y su contaminación audiovisual, ayer de neones hoy de hologramas. Incluso utiliza recursos de Matrix que ya parecen algo viejos (aunque la de los Wachowski era una recreación del modelo asiático). Como decíamos, todas estas referencias son oportunas pero no hacen crecer al relato, todo lo contrario: constantemente se nota la referencia, todo se parece más a un museo. A todo esto, el agotado asunto del robot que se pregunta quién es, y que por influencia de lo asiático incluye aquí elementos del melodrama.

Hacia el final y cuando todas las fichas se acomodan en el tablero, es cuando Ghost in the shell termina encontrando una vibración particular. La película se olvida de los tics y los guiños y las referencias y la imitación, para convertirse en un relato de supervivencia sobre un grupo de descastados que combaten al sistema. Es ahí cuando el film adquiere vida y cuando la integridad de los personajes nos importa como para sufrir y padecer con ellos. Es en esa parte, además, donde la película explora decididamente su costado político y desarrolla algunas líneas más complejas e interesantes sobre el tema de la memoria y los recuerdos: es cuando deja de reflexionar oralmente y pone sus ideas en acción. Tal vez para Sanders era fundamental instalar su universo a partir de referencias constantes que generen un lazo afectivo con el espectador. Desde acá se ve como tiempo perdido. Esta Ghost in the shell se cuida tanto de no fastidiar a los fanáticos que termina siendo un poco tibia.