Un fuego que no calienta
La diferencia, está en la llama. ¿Cómo? Sí, en la llama, en el fueguito, en la corona ígnea que rodea la calavera del Ghost rider que interpreta -es un decir- Nicolas Cage. Explicamos: no es que la primera adaptación de este personaje de la Marvel, allá por 2007, haya sido una genialidad absoluta. Sin embargo había en el fuego digital de aquella película una coloración mucho más rojiza y amarillenta fluorescente, encendida si se quiere, que permitía a partir de su consistencia la referencia pop. Aquel Ghost rider era un personaje que se permitía jugar, pero que fundamentalmente era bastante autoconsciente de su utilidad de chatarra cinematográfica. La película era una basura, pero cumplía a rajatabla una especie de mandato (mucho más demoníaco que el pacto que motoriza estas historias) de producto de góndola que ocupa un espacio entre los verdaderos tanques de Hollywood. Desde esa estrechez de objetivos, Ghost rider – El vengador fantasma se hacía cargo de su espíritu clase B y lo hacía con alguna secuencia lograda y mucho mamarracho simpático. El film fue un fracaso y formó parte de la larga lista de esperpentos filmados por Cage en los últimos años, y por eso no se entiende mucho el sentido de hacer una secuela. Mucho menos, cuando los resultados son bastante inferiores a los de la primera película. Y eso es decir.
Ghost rider: espíritu de venganza es una película extraña. En primera instancia, porque se parece un poco a El increíble Hulk y su necesidad de reescribir el Hulk de Ange Lee más que de continuar una franquicia. Un detalle no menor es que en vez de recurrir a imágenes de la primera parte, cuando se habla del origen del personaje se muestran escenas nuevas y la forma en que Johnny Blaze firma el acuerdo con el Diablo es totalmente diferente a lo visto anteriormente. En eso, uno supone que hay una necesidad por modificar la saga ante cierta disconformidad con lo hecho anteriormente. Un ejemplo parecido sería Batman a partir de las películas de Joel Schumacher: hay como una continuidad estética de Tim Burton, pero también una necesidad por modificar el tono oscuro y hacerla más bochinchera y kitsch. Con Ghost rider, en realidad, hay cambios mínimos que no aportan nada nuevo: la narración es tan torpe como en la primera parte, Nicolas Cage está más desbordado que de costumbre y la aventura resulta poco divertida por esa solemnidad absurda que impostan estas películas.
Una cosa curiosa es que los directores Mark Neveldine y Brian Taylor, los mismos de Crank, no supieron incorporarle a esta película un espíritu lúdico y sacado como el que reinaba en aquel film con Jason Statham. Y eso que hay aquí material para el dislate: Cirián Hinds hace de un villano con cara de Muppet, aparece Christopher Lambert como un monje con la cara escrita, y cierta epifanía permite ver al Ghost rider orinando fuego como si tuviera un lanzallamas en la entrepierna. El problema básico por el que esto resulta menos divertido de lo que uno supone, es que esos momentos lujuriosos son pura pose canchera sin alma: es esa pátina en la imagen que hace ver al film como una lustrosa aventura eurotrash, lo que impide el acercamiento al pop, a lo prosaico y que el humor resulte más fluido. Y creo que el secreto está en el fuego del Ghost rider -un personaje que por lo demás resulta bastante antipático-, que se ve apagado, opaco, poco refulgente. Un fuego que no calienta en lo más mínimo.