Una secuela que se sostiene sola a base de acción hecha y derecha de la mano de Nicolas Cage.
Si he de ser sincero no vi la primera película. A la hora de ver esta, aplique un viejo dicho de David Lynch, de su libro Catching the Big Fish, que reza que “Cada película debe sostenerse sola”, irónicamente James Cameron dijo algo parecido en un libro sobre Syd Field (uno de los muchos gurus del guion que andan por ahi) acerca de cómo escribir bien una secuela. El caso que nos toca profundizar viene de la mano de la pareja de directores Neveldine y Taylor, directores de Crank, que vienen a ocupar el puesto dejado por Mark Steven Johnson, director de la primera y fue guionista de las dos películas de Dos Viejos Gruñones.
El guion, que tuvo entre sus muchos escribas al señor David S. Goyer (Blade y The Dark Knight), es sin vueltas y al punto. Depende solo en lo necesario en fragmentos de la película anterior, sin llegar a pecar de excesivo. Es una trama sencilla sobre un personaje que debe rescatar a un niño que se supone será el nuevo receptor humano del Diablo. Las piezas de acción están en abundancia y son el plato fuerte de cada punto de giro que tiene la película. Estas obviamente están separadas de tanto en tanto por conversaciones que tratan de imprimir algo de gracia entre tanta seriedad y tristemente no lo logran. Su principal falla reside en la falta de subtexto respecto a los temas de la película que aparentemente tenían la intención de ser la redención y las consecuencias que pueden surgir cuando se trata de huir de los problemas. Metafóricamente hablando, construyeron un lindo castillo de fósforos pero usaron el pegamento equivocado, o lo que es peor casi ni lo usaron.
A nivel actuación, la única interpretación de la película que vale la pena es la de Idris Elba, como el cura borracho que ayuda al personaje de Nicolas Cage. Violante Placido (de The American, e hija de Apollonia de El Padrino) y el pequeñuelo que da vida al hijo del Diablo están sobrias, y estamos hablando de interpretaciones que en cualquier momento se pudieron haber ido al tacho por este guion tan carente de subtexto. Johnny Whitworth entrega un villano muy carente de profundidad; es el arquetípico altanero sin ningún rastro de humanidad que ni siquiera promediando el metraje, que es cuando recobra fuerzas, llega a ser temible. Todo lo anterior también se aplica a Ciaran Hinds, un gran actor desaprovechado en un personaje pobremente desarrollado. Hay un cameo de Christopher Lambert que va a hacer acordar mucho a Mortal Kombat. Pero donde me quiero detener es en el protagonista, Nicolas Cage, que pasa casi toda la película temblando y poniéndose nervioso; cosa esperable de un personaje que tiene un espíritu maligno adentro, pero la exageración con la que lo encara da a entender otra cosa a tal punto que te da ganas de gritar “Por favor, díganle a este pobre hombre donde está el baño”
A nivel técnica, hay pulso en la dirección, motivado por cierta adrenalina que no viene precisamente del vértigo generado por el relato. Esto se ve reflejado en puestas de cámara dinámicas y un montaje frenético, comunes en este tipo de películas. Los efectos visuales son, sin discusión, el gran atractivo de la película. Me veo obligado a señalar que el 3D no suma nada a la cuestión ni siquiera en las ya mencionadas escenas de acción o efectos visuales. Uno no siente la diferencia radical entre frente y fondo que desde siempre ha caracterizado al formato.
Conclusión: Película que cumple en lo justo y necesario su propósito de entretener pero que no pone mucho esmero en superar al promedio.