Ghostbusters: El legado es una película donde el estudio Sony buscó reconciliarse con el fandom de esta franquicia tras ese ejercicio cinematográfico de estupidez que ofreció la aberración del director Paul Feig en el 2016.
Un film cuyo rechazo popular cierto sector de la crítica intentó convertir en una cuestión de género que nunca se relacionó con las causas reales del descontento. El problema no eran las actrices sino que el tono de la obra no era compatible con el tipo de propuesta que se esperaba de los Cazafantasmas.
Por el contrario, ofrecía un sketch malo y tedioso de Saturday Night Live que ni siquiera era gracioso. El simple hecho que un medio como The Guardian, que alabó la bazofia de Feig, hoy le pegue a esta nueva entrega por su exceso de nostalgia lleva la tranquilidad que Jason Reitman no defrauda en absoluto con su trabajo.
Un realizador que debuta en el cine mainstream con una propuesta que no tiene ninguna relación con el contenido de su filmografía. Desde que debutó en el 2005 con la sátira Gracias por fumar sus trabajos siempre se desarrollaron en el circuito independiente con filmes como Juno, Young Adult, Tully o el drama político The Front Runner, que poco tuvieron que ver con la clase de contenido que desarrolló su padre.
En este proyecto Reitman Jr. busca revivir la franquicia a través de una película que evoca con mayor solidez el tono de los filmes originales y toma una enorme influencia del Steven Spielberg de los años ´80. Se trata de una propuesta familiar pensada exclusivamente para que los fans veteranos de Ghostbusters disfruten con sus hijos/as una aventura más de la serie y que al mismo tiempo busca captar el interés de una nueva generación de espectadores.
La película está anclada claramente en la nostalgia, un recurso al que apela el Hollywood de la actualidad que enfrenta desde hace años una enorme crisis creativa. Si bien el peso del fan service es imposible de ignorar, en defensa de Reitman es justo destacar que lo manejó de un modo ameno frente a otros estrenos que vimos este año, como Space Jam 2 o Free Guy que fueron más burdos en este aspecto.
Los nuevos personajes generan una empatía absoluta desde su introducción gracias a un gran reparto donde sobresalen especialmente Paul Rudd y Mckenna Grace, la gran protagonista y heroína de esta entrega. Desde el momento en que aparece en escena le crees por completo que es la nieta de Egon Spengler y forma una muy buena dupla con el debutante Logan Kim, un gran hallazgo del director.
El casting de Finn Wolfhard fue un gancho comercial para atraer al público centennial seguidor de Stranger Things ya que su rol en el film es completamente intrascendente. El personaje se podría eliminar del argumento y no altera en absoluto el conflicto central debido a que la figura principal es Mackenna Grace, quien lo opaca notablemente.
Finn no está mal pero la trama tampoco le dio demasiado espacio para sobresalir. Como mencioné previamente, la película está dirigida a un público familiar y el tratamiento de los elementos fantásticos responden a este perfil. En ese sentido se nota bastante que Reitman escribió el guión junto a Gil Kenan, responsable de esa gran película animada que fue Monster House que tenía una estilo similar.
Los fantasmas y monstruos que aparecen en el relato junto con las atmósferas de misterio están muy influenciadas por las películas animadas de Scooby Doo, un detalle que sobresale también en el diseño de producción y en especial en la fantástica labor que hicieron con la macabra vivienda de los Spenglers.
En lo referido a los aspectos técnicos la película es impecable y sorprende con una simpática fusión de CGI y efectos prácticos que abrazan la marcada impronta nostálgica del film. Si bien El legado es una continuación de las primeras dos entregas originales, un adición interesante de este episodio pasa por el contenido sentimental que tiene la trama en torno a la figura de Egon Spengler.
Sobre todo hacia el final sorprende con algunos momentos emotivos que van a sorprender al público más fan de la franquicia.
Si hubiera que objetarle algo al trabajo de Jason Reitman es que tal vez le faltó una vuelta de tuerca más a la premisa del conflicto central para que no resultara tan parecida a la obra original.
Sin embargo eso no afecta a la experiencia del visionado en su integridad. En un año donde no hubo grandes películas notables en materia de cine pochoclero, la nueva entrega de Ghostbusters al menos restaura la dignidad perdida de la franquicia y no defrauda en materia de entretenimiento.
Si eligen verla recuerden que hay dos escenas adicionales durante los créditos finales.