Gigante

Crítica de Rodolfo Weisskirch - A Sala Llena

Amor a Distancia

Olvidémonos por un minuto del guión, de los diálogos, de los personajes. ¿De que se trata el cine? ¿De que se trata el arte en general? De miradas. Puntos de vista. Aprender a ver, observar. Se ha dicho por ahí que los cineastas son grandes vouyeristas del mundo que representan su visión a través de la cámara. Bueno, lo mismo se puede decir de los artistas plásticos, de los fotógrafos, incluso de los escritores. Pero en el cine, la visión está en constante movimiento, por lo cuál el receptor de la información no tiene tiempo “eterno” en realidad, para quedarse mirando una simple imagen (incluso en una película de Kiorastami). Cuando uno va al cine está obligado a moverse, a ver como el cuadro cobra vida y movimiento. Mirada y movimiento. Eso caracteriza al cine.

¿Y cuales son los pilares fundamentales de Gigante? Justamente eso: mirada y movimiento. Y no hablo de travellings. Es más el 80% de la película está filmado con planos fijos, pero cuando tiene que moverse, se justifica, y la técnica, ahora sí llamémosla travelling, está al servicio de la historia. Por lo tanto, esta autoconciencia de la importancia de las miradas, los encuadres y el movimiento en Gigante, hacen de esta “pequeña” película uruguaya, una de las mejores obras del año.

Discípulo del cine de Robert Bresson más que de George Stevenson (cuac), Biniez apuesta por un minimalismo austero pero riguroso, sin nunca perder de vista a sus protagonistas, la historia e incluso, el propósito real de la película: contar un clásico relato de amor.

El cuidado de la puesta en escena es proporcional al excepcional guión, apoyado por el Hubert Bals, en Alemania.

Jara es el guardia de seguridad nocturno de un hipermercado en Montevideo. Es un hombre realmente corpulento, una bestia anatómica. Su trabajo consiste en vigilar un pequeño monitor por donde van pasando sucesivamente las imágenes que graban las diversas cámaras de seguridad, y anotar anomalías. En su tiempo libre juega a la Play con su sobrino y los fines de semana es patovica en un boliche de Heavy Metal.

Un día, queda prendidamente enamorado de una de las chicas que limpian. A partir de ese momento, y en parte carcomido por la culpa, empieza a seguirla después que ambos terminan su turno nocturno. Al igual que el protagonista de la ópera prima de Christopher Nolan, Following, Jara sigue a Julia por el barrio, empieza a conocer su vida, sus rutinas e interiorizarse de su “vida amorosa”. Al mismo tiempo, en el trabajo debe luchar con las presiones diarias: un supervisor molesto, compañeros que se quejan de contracturas, y fundamentalmente, la amenaza de despidos masivos.

Pero a Jara solo le importa una cosa: Julia. A pesar de ser algo rústico, este “seguidor” empieza a convertirse en una suerte de “héroe urbano” al tiempo que trata de pasar desapercibido ante los ojos de Julia.

Biniez recrea una historia de amor clásica: la bella y la bestia, pero solo desde el punto de vista de este último. La “brutalidad” de su comportamiento diario contrasta con la timidez, ternura e incluso, comportamiento infantil cuando sigue a Julia. Los celos, el miedo, la protección. Biniez trabaja con un humor sutil, sencillo y efectivo. Cálido. Lejos de la pretensión intelectualoide. La manera en que construye ambos personajes es maravillosa. No vale develar mucho, pero préstenle mucha atención a las palabras que Julia dice en toda la película.

Pero no es solamente el tacto de Biniez para crear esta historia y representarla, lo que convierten a Gigante en un film… gigante. Horacio Camandule, austero, natural, brutal es increíble. Desde sus pequeños ojos, se pueden leer muchas cosas, y al mismo tiempo, estamos frente a una persona sincera y honesta. Al mismo tiempo, la frágil interpretación de Leonor Svarcas, es perfecta como contrapunto de Camandule. Sin dudas, se trata de la pareja perfecta.

Desde la cuidada fotografía que toma elementos del cine de Kitano (como Escenas Frente al Mar), los encuadres, la música incidental, el montaje externo y sobretodo el interno de los planos, Gigante es una de esas pequeñas películas, a las que uno le encuentra más elementos y facetas a medida que pasan los días. Porque si encanta por la historia, al tiempo que uno la está viendo, va creciendo en perspectiva cuando sigue reflexionando sobre ella (y especialmente cuando la compara con la mayoría de los demás estrenos de la semana).

No se trata solamente de una historia de amor, es una película política, es una película sobre la cura de la soledad, de superar los miedos y aversiones de la sociedad, de ir en contra del sistema, incluso. Biniez se ha criado trabajando a la par de Rebella y Stoll (directores de Whisky y 25 Watts, donde colaboró) y ha tomado lo mejor de su lenguaje austero, su humor lacónico, melancólico pero a la vez querible

Generalmente, no me gustan las comedias románticas estadounidenses. Me parecen todas iguales, por eso Gigante, sin ningún exceso me pareció increíble. La comedia romántica del año.

Es cierto, que hay una escena promediando la hora de metraje, que queda un poco inconexa y no logra resolverse concretamente. Pero Biniez repara este descuido narrativo / formal con otra escena y un plano que resumen toda la película, donde la pauta es, que ni los personajes ni los espectadores lo sabemos todo. Que siempre hay otra mirada dentro de una misma mirada. Un solo plano, que sería la envidia de Orson Welles y emocionaría al propio André Bazin.

Ganadora en Berlín del Oso de Plata: Gran Premio del Jurado, a la mejor Ópera Prima y el premio Alfred Bauer, Gigante, anuncia que del otro lado del río (aunque es argentino), Adrián Biniez es un realizador sensible y reflexivo a tomar en cuenta.

A pura mirada… a puro movimiento… nos ha mostrado su visión del mundo, y compartido con nosotros, qué hay más allá del ojo de la cerradura, o en este caso, del otro lado de la pantalla.