La mirada discreta
El límite del voyeurismo precisamente reside en la pasividad de la mirada. La observación de la cotidianidad sostenida en la distancia corre un riesgo: describir como un modo de naturalizar. Es decir, adoptar la mirada de quien ve por nosotros y asumir así su perspectiva.
Gigante es un drama laboral y romántico sostenido en el vouyerismo de su protagonista. Jara, solitario y amante del heavy metal, trabaja en un supermercado; mira por detrás de las cámaras de vigilancia. Por el turno que le toca, su actividad de vigía se aplica a sus compañeros. Sin los clientes, los potenciales sospechosos son los trabajadores. Testigo sistemático de un microcosmos mecánico, Jara descubrirá una criatura llamada Julia entre las imágenes condenadas a la repetición. Así ese hombre dedicará su tiempo libre a observar a una mujer no menos solitaria que él, aunque más activa.
La incipiente tensión pasa por saber, primero, si Laura está sola y, segundo, si Jara pasará de la contemplación a la acción. Biniez demuestra cariño por sus personajes. Salvo un pasaje en una playa, no hay diferencia entre las calles de Montevideo y los interiores del supermercado. Muestra una preocupación formal explícita: sus planos abiertos de la ciudad no alivian la claustrofobia y el control de los planos generales en el trabajo.
No desprovista de humor y ternura, Gigante se empequeñece porque jamás asume de lleno los conflictos laborales en el supermercado y prefiere hallar consuelo en la discreta utopía de los sentimientos. Habrá despidos y maltratos, pero la rabia de Jara sólo se suscita por celos y protección. La discreción política del filme revela un problema de prioridades. Los empleados pueden amar, pero apenas consiguen rebelarse. Ocurre que el vouyerismo social inmoviliza cualquier atisbo de conciencia política.