VIGILAR Y AMAR
Un inmenso y tierno guardia de seguridad observa a una de las empleadas de limpieza desde los monitores de su oficina. Minimalista en los recursos, pero inmensa en los sentimientos, Gigante es una inusual y, a la vez, arquetípica historia de amor.
El cine está lleno de convenciones, tantas que ni siquiera pensamos en ellas. Pero ahí están, marcando cada minuto de nuestra experiencia como espectadores. Las convenciones son absurdas, aunque como tales forman parte de nuestro imaginario. Así, una historia de amor en los lugares más absurdos y remotos, o formada por los personajes más insólitos y lejanos a las conductas humanas, es aquella con la que nos identificamos con mayor facilidad. Y eso no está mal, al contrario, es una de las posibilidades que nos brinda el arte cinematográfico. Lo curioso es que luego, cuando aparece un film como Gigante –en definitiva una película perteneciente al cine romántico-, nos parece rara, inusual, con personajes “diferentes”. Diferentes a la historia del cine, pero no a nosotros mismos. Lo que sin duda es distinto, es la apuesta visual para el género, pero tan solo eso. Porque el director consigue transmitirnos los sentimientos del protagonista con absoluta claridad, como lo han hecho todos los cineastas que han contados historias de amor en el cine.
Jara (Horacio Camandulle) es un guardia de un supermercado que se encarga de vigilar el negocio, a través de las cámaras de seguridad, durante la noche, ese momento en que el lugar se convierte en otro mundo, secreto, privado, en el que hay solo unos pocos empleados: los que limpian o los que cuidan. Entre las personas que limpian está Julia (Leonor Svarcas), y Jara -desde un evidente espacio voyeur- se enamorará de ella. Pero Jara, aun con su intimidante aspecto por su altura y su peso, es uno de los personajes más tiernos que haya dado el cine de los últimos años. Todas las oportunidades que el film tiene las aprovecha para describirlo como un ser amable, sensible, noble, cuyos únicos arrebatos de violencia los manifiesta cuando la mujer a la que ama se encuentra amenazada o es insultada por alguien.
Bellísima historia de amor contada con los recursos minimalistas propios del cine independiente. Gigante no cae en ningún momento en los vicios de esta clase de cine, sino que se sirve exclusivamente de sus virtudes. Realizada por un argentino radicado en Uruguay, la película es fiel al país donde fue filmada. Sin llegar al absurdo de Whisky (otro film uruguayo notable) y explorando más los sentimientos, ambos films poseen, de todos modos, ciertos elementos en común con respecto al retrato de personajes. La diferencia más notoria está en el protagonista. La postura física de este callado y buen guardia enamorado, fan del heavy metal, es casi tan expresiva como su mirada. En los ojos de Jara –él observa durante todo el film- está el gran secreto de Gigante. Y es que en cualquier lugar del mundo, en cualquier época y más allá de todas las convenciones, las personas enamoradas se parecen.