Lo que más sorprende de Gigantes de Acero es la capacidad del niño para elaborar la muerte de su mamá. Lo hace con la velocidad propia del más avanzado robot. Cahiers du Zonafrèak sostiene que los niños del meinstrin actual elaboran la pérdida de sus seres queridos muy rápido por que tienen bocha de estímulos que atender y poco tiempo que perder y todo eso.
Parece que cuando tenés la leche de ser un niño -y el destino te deja sin guardián- tus opciones se limitan a buscar desesperadamente una nueva figura de autoridad ó, caso contrario, renegar de la misma y rendirte a los estímulos que se te presentan. Como para olvidarte de lo que pasó y entretenerte un rato. Placebo-Robot.
Por que el nuevo huérfano que protagoniza Gigantes de Acero es un enfermo de los robots y de las nuevas tecnologías. Y resulta que su padre (Hugh Jackman en su mejor interpretación, lejos) es un tipo que entiende poco de responsabilidades pero mucho de robots, al punto de hacerlos competir en matchs pugilísticos sin sangre pero llenos de bardahl máxima compresión. Al contrario de Transformers, aquí los organismos cibernéticos nos ofrecen coreografías suaves, entendibles, interpretables. En ningún momento perdés la línea respecto de quién le está destrozando la mandíbula (mecánica) a quién. Y eso es un mérito enorme en esta época llena de fuegos artificiales descontrolados.
Antes de prestarnos a confusiones, debemos aclarar que Spielberg y Zemeckis produjeron el tanque que nos compete pero no se involucraron en el guión, que pertenece a John Gatis y está basado en un cuento corto de Richard Matheson (que siendo un pichón escribió Duel, que fue el primer telefilm extendido/largometraje de Spielberg). La industria gringa es un boomerang, amigos.
Y sin embargo, encontramos aquí la historia de un hijo sin madre que busca espabilar el cariño de su padre ausente hasta que se aburre de no conseguirlo y deposita sus esperanzas de afecto en un robot viejo (con corazón de Sinclair Spectrum) que a veces parece estar un poquito vivo. Podría remitirnos a Spielberg. De hecho, lo hace. Y lo hace bien. Y el resultado respecto a Gigantes de Acero es de sorpresa. Se trataba de un film por el cual no nos atrevíamos a apostar ni siquiera un disco de Onda Vaga. Al final nos terminaron tapando la boca todos: Hugh Jackman, el nene, los robots, el guionista, la villana y sus tetas tridimensionales (*), el japo desquiciado que domina el mercado robótico, e incluso Onda Vaga.
Zonafreak recomienda Gigantes de Acero con fervor.
Viva el pochoclo, viejo. Viva este pochoclo.