Levy, con aportes de Spielberg, traslada el mundo de la pelea profesional a los robots
" Rocky con robots." Ese es el "concepto" con que se ha definido esta película de Shawn Levy (un director ligado desde siempre a la comedia que aquí se prueba con bastante fortuna en la ciencia ficción, la acción y el melodrama familiar). También es decisiva -al menos en el desarrollo de una difícil relación padre-hijo como motor de la narración- la presencia de Steven Spielberg (acompañado, entre otros, por Robert Zemeckis) en la producción.
Los gigantes de acerodel título han reemplazado en esta trama ambientada en 2020 a los boxeadores de carne y hueso generando un deporte masivo que maneja muchísimo dinero. En este sentido, es interesante apreciar cómo, desde la propia película, se apela al (y se abusa del) denominado product placement , es decir, las publicidades de múltiples marcas insertadas dentro de la propia trama.
Claro que no todos en ese ámbito son empresarios de poderosas corporaciones tecnológicas y mediáticas. El perfecto antihéroe del film es Charlie Kenton (sólido trabajo de Hugh Jackman), un cínico ex boxeador que intenta sin demasiada fortuna sostener su alicaída economía y el interés de una atractiva joven (Evangeline Lilly) apostando por sus robots en combates que se desarrollan en clubes de mala muerte.
Su situación cambia por completo cuando aparece en escena Max (consagratoria actuación de Dakota Goyo), quien no es otro que su hijo, al que abandonó cuando era apenas un bebe. Tras la muerte de su madre, este niño de 11 años -dueño de una ironía punzante, de una gran inteligencia y de una enorme capacidad para dominar la tecnología- terminará acompañando a Charlie (que en verdad pretende darlo en adopción a una tía) en una accidentada gira por el circuito de boxeo para robots.
El film, es cierto, cae en cierto sentimentalismo algo exagerado (pero que no abruma) y en una hoy de moda reivindicación de lo old-fashioned en tiempos de consumismo exacerbado (el robot que los saca del anonimato y la miseria está construido con desechos de viejas tecnologías), pero la narración funciona durante buena parte de sus 127 minutos con nobles atractivos tanto para chicos como para adultos (un mérito no menor).
Las escenas de acción (que combinan efectos visuales, animación con captura de imágenes reales y el uso de animatronics ) son muy llamativas y contundentes. Al revés que en la saga Transformers , no hay aquí un regodeo ni una búsqueda de apabullar al espectador, sino un despliegue estético que es siempre funcional en términos dramáticos. Así, entre la eficacia de las batallas entre robots y la buena química entre Jackman y Goyo para esta épica sobre la redención de un padre frente a su hijo, Gigantes de acero se convierte en un más que digno "tanque" hollywoodense con inevitable (y merecido) destino de éxito comercial.