Sólido film de box futurista
Pocas películas tienen un comienzo tan brutal como «Gigantes de acero», cuando Hugh Jackman lleva su robot boxeador a un rodeo de mala muerte para que se enfrente con un toro salvaje. Corre el año 2020, y el boxeo humano está perimido y reemplazado por robots de pelea. El protagonista, uno de los últimos boxeadores que subían realmente al ring, parece más apto para hacer que destrocen a sus púgiles robóticos, así que anda de aquí para allá escapando de sus múltiples acreedores, hasta que se le aparece un abogado explicándole que tiene una audiencia por la custodia de su hijo, al que prácticamente no ha visto nunca, ya que su madre acaba de morir.
Viendo que su ex cuñada quiere adoptar al chico, nuestro antihéroe logra salirse con una especie de chantaje, consistente en quedarse con su hijo sólo por el verano, para luego entregarlo a cambio de una buena suma de dinero. Suma que alcanza para comprar un buen robot de pelea y volver al ruedo.
Como los robots del padre siempre terminan convertidos en chatarra, hay que esperar para que el hijo, en un accidente providencial, encuentre al androide que les cambiará la vida. Se trata de un viejo modelo diseñado para sparring, es decir para aguantar muchos golpes, y no para el ataque. Pero dado que lo único que queda es el vejestorio, padre e hijo lo lllevan a pelear en un marginal zoológico abandonado. Claro que el robot, por mejor racha que les traiga, no les puede evitar el violento acoso de los apostadores y la promesa de entregar el chico a sus padres adoptivos.
Inspirado en un episodio de 1963 de la serie «Dimensión desconocida», escrito por Richard Matheson e interpretado por Lee Marvin) «Gigantes de acero», de todos modos, es un film de ciencia ficción totalmente original, que no se parece a nada en el género futurista, aunque sí respeta la fórmula de los viejos dramas pugilísticos.
Producido por Spielberg y Robert Zemeckis, ofrece una sutil descripción de un futuro cercano donde los efectos especiales se aplican más que nada al ambiente del boxeo, con todo tipo de robots alucinantes -incluyendo uno de dos cabezas que aparece en uno de los mejores encuentros del film- y algunos decorados formidables. El director Shawn Levy (el de «Una noche en el museo») se concentra más en la historia y los personajes humanos que en los robots, sin obviar los inevitables momentos melodramáticos, pero tampoco el clima de cine negro propio de los films de boxeo. Lo mejor de su trabajo es lograr un buen equilibrio entre todos los condimentos para que todo funcione correctamente, sin redundancias. Al final, «Gigantes de acero» es una muy buena película, con sólidas actuacioens, increíbles robots de todo tipo y calibre, y un guión con matices casi más realistas que muchos títulos famosos sobre boxeo al estilo «Rocky».