Gigantes de acero. Leo varias críticas muy a favor de esta película dirigida por el monocorde y hasta ahora impersonal director canadiense Shawn Levy (Una noche en el museo, Una noche fuera de serie, entre otras). Gigantes de acero, ambientada en el futuro cercano, es una de esas de boxeo, pero de boxeo de robots, con hombre perdedor y chanta y que abandonó a su hijo que deberá volverse casi ganador y noble y crear lazos con el pibe. La película es simple, directa, lineal, lo que no está del todo mal, salvo porque muchas secuencias son pura burocracia, en el borde de la liberación grasa pero que se quedan en la mera chatura. Claro, para la liberación grasa es mejor Sylvester Stallone que Hugh Jackman (demasiado sofisticado para este protagónico). Y sí, hay que nombrar a Stallone porque Gigantes de acero es un poco Halcón y mucho Rocky, a veces hasta el descaro. Sí, el enfrentamiento de los buenos (un all-american de buen corazón, su hijo y la chica musculosa) contra un genio cibernético japonés malhumorado y una fría millonaria de Europa del este es como una linda golosina vintage. Sí, la pelea final es bombástica y puede emocionar mucho. Pero ojo, cualquier Rocky es mejor (menos la 5, que es horrible). Y si no vieron Rocky Balboa no prioricen Gigantes de acero. De todos modos, si ya vieron todas las Rocky este sucedáneo de lata no está tan mal, pero definitivamente moderen sus expectativas o, como nos dice Larry David, curb your enthusiasm.