La historia de la cenicienta del boxeo da un salto al futuro.
Charlie Kenton (Hugh Jackman) solía ser un boxeador emergente que tuvo bastantes logros en su carrera, pero el tiempo pasó y las peleas fueron cambiando radicalmente: a nadie atraía el enfrentamiento de dos hombres que, a lo sumo, podían hacerse algo de daño. No, la gente quería ver cabezas volando, brazos amputados, muertes reales, y es por eso que se decidió reemplazar a los boxeadores por robots que podían destruírse tranquilamente sobre el ring sin ningún miramiento.
En ese futuro, Charlie pasa de ser peleador a representante, aunque no en el sentido más literal de la palabra: él, cuando su desequilibrada economía personal se lo permite, compra un robot, lo sube al ring e intenta sacar algunos dólares. El problema es que la película comienza con él endeudado hasta los dientes, con una mafia de mala muerte que lo persigue y, para colmo, con la noticia de que su ex novia falleció, dejando huérfano a su hijo, Max (Dakota Goyo).
Él sabe que no puede hacerse cargo del chico y, de hecho, no quiere hacerlo, por eso se lo “vende” a la hermana de su antigua novia. Pero antes de irse a vivir con ellos, Charlie se tendrá que hacer cargo por un tiempito de él. Al principio, obviamente, la tensión es palpable, pero luego (y gracias al fanatismo de Max por las peleas de robots) la relacion se va convirtiendo en algo más llevadero.
Esta hermandad (no se le podría decir relación padre-hijo exactamente) llega a su punto máximo cuando el chico encuentra en un basural a Atom, un robot de cuarta creado para entrenar a los verdaderos luchadores. Él querrá meter a este cacharro en algunas peleas, aunque sea para despuntar el vicio, pero cuando las cosas comienzan a salir bien, el chico no se contentará con alguna pelea clandestina: querrá llevar a Atom a las grandes ligas.
Gigantes de acero es la típica película de boxeadores. Literalmente, típica. Es que si la comparamos con Rocky I, la única diferencia que podemos marcar es que Stallone no es un robot (y tampoco estamos taaaan seguros, ¿no?), porque por lo demás, las similitudes saltan a la vista. De todas formas, prácticamente todas las películas de boxeo se parecen entre sí, y el día que hagan la vida de algún luchador que haya salido de una clase media tranquila y que gane todas las peleas no sería nada interesante.
El fuerte de la película está en lo estético: las peleas y los robots están excelentemente logrados y la dirección de Shawn Levy logra que, sobre el ring, todo sea adrenalina. Las actuaciones están muy bien, y sobre todo sorprende Dakota Goyo, capaz de sacar de quicio a cualquier padre, y más a uno con tan pocas pulgas como Charlie Kenton.
En definitiva, Gigantes de acero es una película para ver y divertirse, y no para pensar tanto. Tenemos robots matándose sobre el ring, ¿qué más queremos?