Un padre rudo que recupera a su hijo. La tecnología y la modernidad dejando fuera de combate a lo humano, aunque lo humano recobra su sentido. Un drama de pareja. Un reflejo de la relación entre la naturaleza y lo artificial. No, no es El árbol de la vida, sino un film “para toda la familia” sobre robots boxeadores llamado Gigantes de acero, lleno de escenas conmovedoras y divertidas, producida por Steven Spielberg y dirigida por un cuatro de copas llamado Shawn Levy. Y protagonizada por ese genial comediante falsamente rudo llamado Hugh Jackman. Sí, la película se parece, sobre todo en su tramo final, a las conmovedoras Rocky y Rocky Balboa, pero a pesar de tener seres artificiales, todo ocurre en rutas americanas, en descampados, al natural. Como sabe hacer Spielberg, toma lo que parece una anécdota tonta -o apenas una idea de producción: “¡robots boxeadores!”) y, por detrás, se nos muestra un paisaje de sentimientos traducido en imágenes puras. Sí, claro que es un film divertido, claro que la pelea final lo va a tener en vilo, claro que va a sacar alguna lágrima antes de los títulos. Y reírse, y sentir cosas: la clase de películas, en suma, que justifican ese invento emocional que es el cine. Lleve a los chicos así se curan de las lagañas de Transformers.