Heavy metal
A no engañarse: Gigantes de acero no es una reflexión ni un tratado sobre las leyes de la robótica de Isaac Asimov, sino simplemente un entretenimiento con un CGI que no pasa vergüenza, escenas de peleas de box entre robots aceptables, y como todo producto de la factoría DreamWorks se trata de un film con mensaje (recordemos Super 8).
Este Rocky reciclado con una mezcla de El Campeón (1979) nos sitúa en un futuro no muy lejano, donde los avances en la tecnología y en la robótica solamente se produjeron para satisfacer la demanda del entretenimiento con un público cada vez más ávido de sangre y destrucción, aspecto que derivó en la creación de un nuevo espectáculo: peleas de box protagonizadas por robots comandados por humanos.
Sangre que se reemplaza por aceite y una danza de acero en un cuadrilátero tradicional levantan ovaciones y encierra un negocio multimillonario donde nadie quiere quedar afuera. Charlie Kenton (Hugh Jackman) tampoco.
Ex boxeador, padre ausente y en la ruina económica, sobrevive con prototipos robóticos (al último se lo destruyó la cornamenta de un toro) casi obsoletos en peleas clandestinas pero ambiciona volver a las grandes ligas en algún momento en que la suerte llame a su puerta.
Sin embargo, no es precisamente la suerte la que golpeará primero sino todo lo contrario cuando se entera de que debe hacerse cargo de un hijo de 11 años, Max Kenton (Dakota Goyo), antes de dirimir en tribunales la custodia final con su cuñada Debra (Hope Davis), quien pretende con su pareja -de muy buen pasar económico- hacerse con la tutela del niño.
Lejos de sentirse herido en su orgullo paternal y al borde de la bancarrota, Charlie llega a un acuerdo secreto con la pareja de Debra por el que dejará la tutela a cambio de una considerable cifra que le permita una inversión en un nuevo robot pero se compromete a vivir con el chico durante unos meses en que Debra se ausentará a unas vacaciones.
Así las cosas, Max de a poco se adentrará en el mundo de supervivencia de su padre, lo acompañará en sus viajes a bordo de un camión, e intentará ayudarlo a levantar cabeza pero también irá descubriendo los egoísmos y las debilidades de aquel desconocido que sólo piensa en el dinero hasta que un hecho fortuito zanje las distancias y finalmente Charlie Kenton comprenda que la pelea más difícil de su historia está por llegar: demostrarle que lo ama a su valiente hijo y que no es un cobarde ni un perdedor.
Con una premisa eficaz pero trillada, el director Shawn Levy adapta la historia de un cuento de 1956 "Acero", de Richard Matheson lavando ese mundo distópico en función de un pretexto para la aventura que irá increscendo pelea a pelea, primero en antros ilegales y luego en la liga mayor, así como dejará abierta la puerta para la redención de un padre con su hijo en un relato al que se le agregan algunos tópicos de películas basadas en deportes para concluir un producto destinado a un público adolescente –y no tanto- que buscará el deleite con las luchas de las máquinas en un mundo frío y artificioso al que se le enfrenta la calidez humana y la del corazón.