Como Rocky, pero sin Stallone
Hugh Jackman encabeza el elenco no metálico del filme.
Crunch. Crack. ¡Ffzzzzzgh! ¡Plaff! Los robots que maneja por control remoto Charlie (Hugh Jackman) en un futuro no muy lejano (año 2020) hacen esos chirridos cuando, inevitablemente, son destrozados por su oponente en los matches de, llamémosle, boxeo.
Charlie vive en un mundo que literalmente lo ha pasado por arriba, si uno quiere ponerse a filosofar sobre su devenir. No sólo las reglas de antaño parecen no tener actualidad, sino que descubre que debe hacerse cargo de su hijo de 11 años, cuando su madre fallece. Y para demostrar lo mal que andan él y el mundo en un par de años, Charlie decide aprovechar la situación, dándole la custodia de su hijo Max a su cuñada: con la plata que obtiene, se compra un nuevo robot para seguir peleando.
Pero como la película, así, terminaría a los veinte minutos, Max querrá quedarse con su verdadero padre y pelear por lo que cree valedero. Ya que la cosa pasa por destruirse entre robots, ya no entre humanos, Max -que algo habrá heredado de su padre- se las ingeniará para crear su propio robot y salir a ganar, si no dinero, el orgullo perdido.
Gigantes de acero conjuga algo de Rocky (el primero, cuando Balboa era un perdedor nato y un soñador), otro poco de El campeón y todo lo que puede venir de una producción de Spielberg.
Así, esta pochoclera película tiene a Hugh Jackman mostrando músculos como en X-Men , a Evangeline Lilly (Kate Austen en Lost ) sufriendo como el amor imposible de Charlie y a un montón de chatarras enormes, con lucecitas y todo, golpeándose a lo bestia. Pero como los robots, más que tuercas o aceite no pierden -nada de sangre-, todos felices.
Para los chicos quedaría la enseñanza de que hay que perseverar y no transar para obtener lo que uno se merece. Que en el caso de Max (Dakota Goyo) no es el cariño de su padre -que, obviamente, lo descubrirá- sino ganarse el respeto de los otros. Una maquinita (la de Max) contra toda la parafernalia de los millones de dólares que pueden tener los orientales (más claro...) en robot es algo así como una metáfora metalera. Con tanto ruido como los Transformers , pero algo más humanos y mucho más divertida.