Oda al sentimiento
¿Cómo nuna estrella que llegó del anonimato, llega a convertirse en mito y leyenda a nivel nacional? En Gilda, No me Arrepiento de este amor (2016) conocemos a la maestra jardinera Myriam Alejandra Bianchi (Natalia Oreiro),Gilda,desde su comienzo. Además, vemos como dejó de lado la estabilidad y rutina para abrirse paso en su sueño de cantar.
Natalia Oreiro nació y se preparó para ser Gilda: desde los gestos, movimientos, vestuario y hasta en la manera de cantar, es casi imposible pensar que Oreiro no nació para este papel, el protagónico más importante de su vida hasta el momento. La directora, Lorena Muñoz (Yo no sé que me han hecho tus ojos, Sucesos Intervenidos), captó la esencia del ícono popular al dotar de sensibilidad al film, desde su esencia, con escenas que tocan las fibras más íntimas del corazón, mientras secan las lágrimas e invita a bailar y disfrutar.
Gilda no es una historia fácil ni mucho menos digerible: las grandes adversidades, tanto profesionales como personales serán obstáculos que la protagonista deberá sortear con mucho coraje y sufrimiento. El machismo dentro de su propio seno familiar, la discriminación del ambiente por su status social como también por su físico, marcaron a Gilda como una figura que escapó del estereotipo de la música tropical y de la sociedad de la época.
A través del rol de dirección de Muñoz, el espectador alcanza a comprender, poco a poco, porque la figura de Gilda trascendió cualquier clase social y prejuicio. Con un excelente trabajo del equipo técnico, desde la fotografía, imagen y sonido, vemos en Gilda una mujer firme que decide abandonar su vida monótona como maestra en el barrio de Devoto. De esta manera, afronta su vacío profesional en relación a la música, que había quedado trunco después de la muerte de su padre, adentrándose así en la cumbia, con talento y convicción como armas.
Gilda rompió con los estereotipos de la época – con Gladys, la bomba tucumana y Lía Crucet como figuras- ya fuera mediante su estilo, vestuario y figura pero en mayor modo, a través de su música, con melodías románticas, cargadas de sentido que quitaba a la mujer del lugar de víctima y la ponía en los primeros planos. Una mujer que cantaba para otras mujeres y, defendía sus derechos ante una sociedad –como la de la bailanta- que ubicaba a la mujer en el lugar de objeto. Tales características la llevaron a ser disco de oro con “Corazón Valiente”, como también a empezar a manifestar su figura como mítica y devota.
Tal es el misterio y escepticismo en torno a ella, que compone el tema premonitorio “No es mi despedida”, una clara alusión a su muerte meses antes del fatal accidente en la ruta junto a su banda. También en Gilda se exponen los negocios mafiosos que envuelven a gran parte de la industria de la bailanta en Argentina, con arreglos monopólicos sobre los bares y discos bailables del ambiente.
Gilda es una película que no decae en ningún momento de sus tres actos; es una narración intuitiva, dulce y entretenida a pesar de los golpes bajos que se abordan sobre la vida de la cantante. Sin embargo, alcanza su pico máximo hacia el final del film, donde la consagración se comparte con la tragedia. Allí, como ocurre con las caras del teatro, percibimos la convivencia del drama, el dolor con la felicidad y la superación, un lugar único y recóndito muy difícil de alcanzar para los largometrajes.
Natalia Oreiro es la punta de la lanza con grandes actuaciones detrás: Lautaro Delgado, Javier Drolas, Roly Serrano, y una conmovedora actuación de Ángela Torres conforman un elenco único. Gilda es una biopic especial, dulce y concisa sobre lo que se propone: sacar del confort de la butaca al espectador para sufrir, emocionar y compartir el sueño de una artista que aún hoy sigue vigente. Aquí el amor, la música y la tragedia comparten la gran pantalla.
Por Alan Schenone