Elogio de la cumbia
Seis años de meteórica carrera alcanzaron para que Gilda conquistara el corazón de miles y miles de personas. Tenía buenas canciones, un estilo propio que, según Toti Giménez -descubridor, socio, finalmente compañero sentimental de la cantante fallecida hace exactamente veinte años en un accidente de ruta en Entre Ríos-, básicamente se había desarrollado a partir del cruce de la cumbia de Colombia con la de Perú y, por sobre todas las cosas, apoyado en aquello que es indispensable para un artista popular: un enorme carisma, ese don que no se aprende.
El primer acierto de esta película biográfica de Lorena Muñoz es, justamente, haber encontrado a otra artista popular con ese ángel. Natalia Oreiro tiene el magnetismo necesario como para hacerse cargo de un rol tan complicado, sobre todo porque le exigía estar a la altura del mito. Además de su capacidad natural para asumirlo con convicción y credibilidad, la actriz uruguaya se preparó a conciencia para el papel y logró, además de una buena performance general como vocalista, dotar al personaje de humanidad, reflejar muy bien sus pliegues, sus fortalezas y debilidades, su evidente encanto.
No importa demasiado si la película se ajusta con absoluta precisión a la historia real de Myriam Alejandra Bianchi, la maestra jardinera que tomó la decisión correcta después de leer un aviso clasificado que, palpitó, podía ser la llave para desarrollar una vocación que su padre (encarnado aquí por el inefable Daniel Melingo) había alimentado durante años. Velvet Goldmine (1998), la notable película de Todd Haynes, iba a ser originalmente un biopic sobre David Bowie y, ante la oposición explícita del músico inglés fallecido el año pasado, terminó siendo otra cosa, probablemente mucho mejor, en términos de espesor cinematográfico.
No hay golpes bajos, estridencias ni ánimo de polémica en este film de Muñoz. Se trata más bien de un homenaje respetuoso, forjado con cariño por el personaje y sin desbordes emotivos. La narración es fluida, sin baches y el trabajo de puesta en escena realmente virtuoso. Los secundarios (muy buenos actores como Lautaro Delgado, Susana Pampín, Roly Serrano y Javier Drolas) hacen lo necesario para que Oreiro brille. Es ella el centro de atracción de esta película que orienta de manera manifiesta la lectura hacia el tributo, se inicia amargamente con el plano de un ataúd y, en un necesario acto de justicia poética, termina como una celebración.