Sensible retrato de la cantante como persona y mito de la cultura popular argentina
Lorena Muñoz (codirectora de “Yo no sé qué me han hecho tus ojos”, 2003, y responsable de “Los próximos pasados”, 2006),reconocida documentalista, trasladó a la pantalla en “Gilda: no me arrepiento de éste amor” uno de los mitos más notorios de la cultura popular argentina: la figura de la cantante más icónica de cumbia nacional, Gilda, quien murió hace 20 años, cuyo nombre real era Miriam Alejandra Bianchi. Tarea nada fácil para imponer una imagen que refleje la vida de una mujer de carne y huesos, sobre la diosa popular santificada por sus fans.
Gilda es interpretada como si fuera su alter–ego por Natalia Oreiro, quien encarna el physique du rôle perfecto, ya que al ver noticieros y reportajes de la estrella en los ’90 y compararlos con la actriz bien puede no distinguirse quién es quién. Es interesante comprobar el crecimiento actoral de una actriz como Orebro que siempre buscó superarse a sí misma en esta ocasión lo consiguió con creses, porque su interpretación, a la que se le suma el trabajo vocal, está cuidada hasta en el mínimo detalle. Los realces y parquedad de gestos que impone a su personaje son los que permiten decir que su interpretación es excelente.
Natalia Oreiro buscó todos los matices posibles para dar forma a su personaje, una joven de 30 años, cuya estrella brilló por cinco años, y que intentó romper con la rutina de su vida luchando contra los prejuicios de su familia, para labrase un camino dentro de un universo sórdido y mafioso que le presentaba la música tropical, en especial el ámbito de las bailantas.
La historia que desgrana Lorena Muñoz pertenece a un libro cerrado por el tiempo, pero guardado en el corazón de cientos de fans que aún lloran frente a su santuario la muerte de su estrella. La directora lo va abriendo poco a poco a través de varios flashback que traen el recuerdo de su padre que la había inculcado el valor de la música cuando le enseñaba a tocar la guitarra.
Comienza la narración con un primer plano fijo del cajón de Gilda y una lluvia tenaz y firme sobre éste y los acompañantes, a partir de allí todo gira hacia el pasado, hacia la maestra jardinera y su familia, a sus momentos de soledad e insatisfacción. Para su entorno ella era un outsider que no se ajustaba a los códigos familiares. Incluso en el jardín donde trabajaba quería organizar las fiestas de modo más creativo y no se le permitía. Siempre fue una rebelde que luchó contra lo establecido.
En el despliegue de secuencias se muestra a una Gilda que tuvo que crecer como cantante dentro de un ambiente machista, y romper con el tabú de no ser el estereotipo de mujer que requerían las bailantas, y ser una flaca que cantaba sus temas. Era sin lugar a dudas una mujer que sabía manejarse en el mundo de los hombres y lo demuestra cuando va a la cárcel a cantar a los presos y baila con ellos.
En la realización se utiliza la voz original de Gilda sólo cuando Oreiro canta “Yo soy Gilda”, en el resto del filme la actriz interpreta los temas con voz propia siguiendo los fraseos y la respiración de la bailantera en: “Corazón herido”, “No me arrepiento de este amor”, “Fuiste”, “Tu cárcel”, “Corazón valiente” y “No es despedida”. Este tema fue uno de los últimos en componer y ronda el misterio de que hubiera presentido su muerte.
“Gilda: no me arrepiento de éste amor” es un “docu-ficción” que intenta rescatar la fuerza de voluntad de una mujer que luchó por sus ideales, de una madre que nunca abandonó a sus hijos y de una enamorada que ponía distancia entre el amor y su familia. En esa búsqueda de la persona y el mito el guión tiene varios altibajos y por momentos se pierde en el relato, en el cual quedan varias zonas oscuras que el espectador no entiende que sucedió.
Lorena Muñoz elaboró su propuesta sobre una figura terrenal y humana, disociada de la santidad que le adjudican sus fans. La noche, su sordidez y su misterio es el entorno que acompaña a “Gilda: No me arrepiento de éste amor”, con una estética típica del mundo de las bailantas donde el kich predomina y la mafia cuenta su plata.
Lo que muestra Lorena Muñoz es un espejo de dos caras en cual se encontraba atrapada Gilda, por un lado el mundo de dónde provenía, clase media trabajadora a la que pertenecían su madre (Susana Pampín), su padre bohemio (Daniel Melingo) y su marido (Lautaro Delgado), y el de la bailanta con sus reglas que se limitan a colocar un revolver sobre la mesa para negociar un contrato, como lo hace el Tigre Almada, empresario encarnado por Roly Serrano. Todo es diferente para Gilda desde la forma de vestir hasta la forma de cantar, como le enseña su descubridor, Toti Giménez (Javier Drolas). Ese espejo reflejará a Gilda un choque cultural, del no podrá escapar.
El filme contó con los tres músicos originales que se salvaron del accidente, en el que murio la protagonista, y con el hijo de Raúl Larrosa que tocaba las tumbadoras, además de las fans que pusieron todo su amor el rol de ser ellas mismas.
“Gilda: No me arrepiento de éste amor” es una producción sin pretensiones, que conquista por el esfuerzo y amor por su protagonista de tres mujeres Lorena Muñoz, Tamara Viñes (guionista) y Natalia Oreiro que rescataron del santuario y la estampita a una mujer real con toda la problemática de una artista que quería triunfar con identidad propia, escapando de los estereotipos que imponía el universo de la bailanta.