Coronada de gloria: así es la película de Gilda, con un gran trabajo de Natalia Oreiro
Un féretro en el coche fúnebre, flores, lluvia y desesperación colectiva aparecen como primera imagen e idea, mientras corren los títulos de Gilda. No me arrepiento de este amor.
La síntesis ubica al espectador en el imaginario colectivo que eligió a la cantante como representante del espíritu popular de la cumbia. A 20 años del accidente automovilístico que le costó la vida, en septiembre de 1996, la película de Lorena Muñoz ofrece una mirada amorosa sobre la artista, al tiempo que reivindica la valentía de la maestra jardinera para concretar su pasión sobre el escenario.
Natalia Oreiro realiza un trabajo expresivo notable para la interpretación de Gilda. El carisma de la cantante evocada y su luminosidad surgen con nueva fuerza gracias al magnetismo de la actriz, de gran parecido físico.
Pero hay más que una imitación potente. El guion ofrece el lado íntimo y doloroso de la mujer que luchó contra los prejuicios de su familia, la oposición de su círculo más cercano, y, contra los mandatos de la música tropical que en 1990 pedía una figura voluptuosa para alimentar las fantasías más calientes de la música que estaba en manos de los dueños de los clubes.
"No vende", le dijeron una y otra vez a Gilda. "Quiero algo mío. Otra cosa", dice ella a su marido (Lautaro Delgado). La película tiene un registro dramático permanente, con el foco puesto en las batallas diarias de Gilda y su impulsor Toti Giménez (muy eficiente Javier Drolas).
Natalia Oreiro va construyendo cuidadosamente el personaje, a partir de las frases musicales que después suenan con la banda. La figura de Gilda crece, al calor de la música que no eclipsa la historia de vida, y, con buena valoración de los silencios.
Oreiro pone intensidad en los momentos que conecta con algo indescifrable, como son el recuerdo de Gilda y su padre (Ángela Torres y Daniel Melingo) y las sensaciones y gestos propios de una mujer acostumbrada a cuidar a otros. Después de que varias pequeñas voluntades lograran llegar al Tigre (increíble, una vez más, Roly Serrano), el dueño de la cumbia, Gilda toma conciencia de lo que representa para su gente.
Nacen las canciones en la voz de Oreiro y el personaje camina hacia su propio mito. La actriz comunica energía y cierta tristeza en la película magníficamente fotografiada por Daniel Ortega. El relato de Lorena Muñoz también respeta algunos códigos al retratar lo popular sin demagogia ni excesos melodramáticos.
En resumen, la película captura el recuerdo de la plenitud de la cantante y el contraluz la ubica en el panteón de las figuras amadas, un rostro más de la tragedia, mientras su música sigue sonando.