Hay que decirlo sin vueltas: para muchos, Gilda, no me arrepiento de este amor tenía todas las de perder. Por un lado, una apuesta que se interna en los intrincados laberintos de la película biográfica, con fallidos antecedentes en la historia del cine nacional, traducidos en biopics sobre íconos de la escena musical atravesados por títulos sobrevaluados como Tango feroz, o impresentables como Luca vive. Por otro costado, ponerse en la piel de la abanderada de la música tropical, supone para cualquier actriz, un reto del que difícilmente se pueda salir airosa.
Los primeros minutos de esta película dan por tierra todo prejuicio, y evidencian el virtuoso pulso cinematográfico de su directora Lorena Muñoz. En su primer paso en el cine de ficción, tras notables documentales, entre los que se encuentra Yo no sé que me han hecho tus ojos, material sobre la inolvidable Ada Falcón que co dirigió junto a Sergio Wolf; Muñoz plantea una puesta rigurosa que no confunde virtud con virtuosismo. Sabe desde dónde mirar una historia conocida de antemano por todos. Y entiende que para tocar la fibra emotiva del espectador, se puede apostar a ciertas fórmulas de probada eficacia, sin revolcarse innecesariamente en el golpe bajo.
A pesar de transitar a rajatabla los lineamientos del "film tributo", este abordaje se da la chance de mostrar a la mártir popular en momentos de culpa por la ausencia frente a sus hijos; o de vulnerabilidad cuando sus seguidores comienzan a atribuirle poderes curativos. El abanico de texturas propuesto por Muñoz es amplio, desde una Gilda al borde del abismo en la escena de borrachera de año nuevo, a instancias más combativas como la confrontación con su madre; y la dolorosa determinación de acabar con su matrimonio. La película transita todos sus climas con la visceral honestidad de una mujer que eligió un destino que la enfrentó a más de una adversidad, y que finalmente devino en mito.
En cuanto al trabajo de Natalia Oreiro, es sabido que la actriz uruguaya llevaba largos años esperando la concreción de este proyecto. Su entrega absoluta no sólo está presente en los pasajes más intensos del relato, sino en cada gesto y silencio labrados con plena convicción. Los logros de esta película resultarían impensables sin el caudal de oficio y carisma de Oreiro. Su presencia sobrepasa la idea de ser un plus, para transformarse en uno de los ejes fundamentales de este triunfo cinematográfico.
Pero no todo es la gloria absoluta. En la traslación de una historia tan frondosa como la de la maestra jardinera Myriam Alejandra Bianchi, que contra tantos obstáculos se convirtió en ícono de la música popular; hay situaciones que podrían tener un abordaje más sutil. La figura del marido de la cantante se presenta por demás demonizada, un detalle que desentona notoriamente en un film que logra prescindir del subrayado, aún en el retrato de los entretelones del mundo de la bailanta, magistralmente sintetizados en la escena de la negociación (con arma sobre la mesa), del nuevo contrato en el que se pretendió avasallar las ganancias de la ascendente estrella.
Como era de esperarse, la banda sonora de Gilda, no me arrepiento de este amor tiene un gancho irresistible. No sólo en las notables nuevas versiones de los éxitos de la canonizada cantante, sino en la irrupción de algún clásico de Franco Simone como El paisaje, o la versión en castellano de una joya de Beach Boys como Sólo Dios sabe. Durante su adolescencia y juventud, aquella maestra jardinera escuchaba a Charly García, Sui Generis y Tina Turner. Gran parte de su legado consistió en trasladar parte de ese universo melódico, y transformar todo ese bagaje en su sello distintivo dentro de la música tropical.
En muchas oportunidades, el cine comercial argentino ha despachado productos mediocres. Gilda, no me arrepiento de este amor pudo ser un pastiche de película populista. Una operación inescrupulosa para saquear el dinero de miles, o millones de espectadores. En tiempos en que tanto se habla sobre las diferencias entre nociones como "popular" y "populista", este film de de Lorena Muñoz se inscribe con toda nobleza en la primera categoría. Una película que conquista al espectador con recursos cinematográficos nobles, en lugar de tomarlo por el cuello y someterlo a un par de horas de la más vil dependencia emocional.