El pasado 15 de septiembre se estrenó la tan ansiada película Gilda, no me arrepiento de este amor. La brillante actuación de Natalia Oreiro junto al talento de la directora, productora y guionista Lorena Muñoz, supieron conformar una dupla para componer a la famosa cantante para que tanto, fanáticos y no, conozcamos a la mujer que dio vida a la leyenda.
Veinte años pasaron de aquel fatídico accidente en la Ruta Nacional N° 12 en dónde perdieron la vida Gilda, su mamá, su hija mayor, el chofer que conducía el micro y parte de los músicos de la banda.
La directora trasladó al cine la historia de una mujer que se dedicaba a la docencia como maestra jardinera y, no satisfecha con la profesión, decidió romper con todas las reglas que la sociedad le imponía tanto en su entorno familiar como en el mundo artístico de las bailantas, para terminar con la complacencia de la rutina, las necesidades de ocasión y los sueños postergados. “Vuelen, vuelen alto” dijo en uno de sus últimos recitales y ella voló tan alto que no lo pudo disfrutar. Lo que comenzó como un juego, una curiosidad, termino convirtiéndose en leyenda, alcanzando aquello que muchos artistas desean pero solo el soporte del publico consigue concretarlo.
Un día triste y lluvioso, en un extenso plano secuencia, el féretro es trasladado (una imagen muy poética) y los fans lloran y tocan la puerta del coche fúnebre envueltos en la desesperación sin entender nada de lo que sucedía. Previamente, junto a la visualización de imágenes de archivo, se escucha – en voz en off – a diferentes periodistas informando sobre la tragedia.
Y así comienza esta historia de lucha y perseverancia. De pronto viajamos al pasado para conocer a Myriam en su niñez, su intimidad, transitando con ella su nostálgico despertar musical reprimido como la guitarra de su padre (interpretado por el músico Daniel Melingo) guardada en unos de los cuartos olvidados de la casa en la que vivía. La vemos andar por el jardín de infantes y el trato amoroso que tenía con los niños. La relación con su marido (una excelente actuación de Lautaro Delgado) sus hijos y las tensas situaciones que atravesaba con su madre (Susana Pampín).
La monotonía se quiebra cuándo Myriam encuentra un aviso en el diario en el que buscaban cantantes. Así conoce a Toti Giménez (interpretado por Javier Drolas) productor y tecladista quien llevará a la gloria a quién hasta ese momento era simplemente conocida como “Gil” (tributo personal que Myriam le rendía al personaje Jill Munroe que Farrah Fawcett interpretaba en la serie Los Ángeles de Charlie).
A partir de este hecho comienza el cambio, nace Gilda y con ella la valentía de enfrentar los prejuicios que el mundo de la noche y la bailanta le imponía. Una época dónde las cantantes voluptuosas y las canciones carentes de contenido dominaban los escenarios de la movida tropical.
Gilda traspasa todo eso y se enfrenta a la mafia del ambiente cumbiero junto a Toti que la resguarda de lo que le haga mal, conformando un papel muy importante en la vida de la cantante.
Advertimos cómo “Pasito a pasito” (tal cómo se titula una de sus canciones) Gilda avanza en su carrera, de manera ascendente, en cada recital que brinda. La propuesta que presenta Muñoz no tiene nada que envidiarles a los tanques norteamericanos de musicales jukebox en dónde la banda sonora forma parte del mismo argumento de la historia (como se puede apreciar en películas como Mamma mía (2008), Rock off Ages (2012) o Jersey Boys (2014) entre otras).
Natalia Oreiro se mete en la piel de la Myriam ama de casa y de la Gilda leyenda interpretando, en cada escena los gestos, las miradas, los bailes, la tristeza, una borrachera ocasional, un cansancio corporal hasta la culpa por dejar a sus hijos por las noches. Todo se demuestra de manera impecable: el parecido físico, la voz, sus vestidos, peinados y maquillaje hacen de Oreiro una perfecta combinación que no exagera y se encuentra en su justa medida.
Todo esto es posible gracias a la investigación que la directora de Los próximos pasados (2006) realizó sobre la vida de la cantante. Con la mirada documentalista que la caracteriza ayudó a alcanzar el alma de Gilda y Natalia Oreiro supo ver más allá del personaje y adentrarse en el corazón de la abanderada de la bailanta.
Apreciando los pequeños “guiños” a los fans, escondiendo detalles y colmando la pantalla de referencias, faltó cuidar un poco más al espectador ajeno al fenómeno que se retrata. Teniendo en cuenta que Gilda ha grabado de 1992 a 1996 seis álbumes en estudio, costaba descifrar cuándo avanzaba el tiempo. El mismo se podría haber manifestado mejor, ya que parecía en todo momento que estábamos situados en un mismo año, esto le impide al filme transcurrir sin fisuras.
De todas maneras, nos encontramos ante una propuesta perfectamente realizada, respetuosa ante la familia de Gilda, con actores sólidos contando la historia de una mujer que trascendió tanto en la tierra como en el cielo y supo ganarse el corazón del público.
Por Mariana Ruiz
@mariana_fruiz