Queremos tanto a Elle...
No soy demasiado afecto al cine de Sally Potter. Más bien todo lo contrario. Pero con Ginger & Rosa -sin llegar a ser una gran película- me reconcilié bastante con la directora de Orlando y La lección de tango. Claro que en esta historia sobre las desventuras de dos chicas adolescentes en la Londres de 1962 la realizadora inglesa tuvo un as en la manga, una de esas actrices que con su sola presencia son capaces de salvar, sostener o mejorar cualquier escena: Elle Fanning.
Con apenas 15 años, la hermana de Dakota (otro diamante en bruto) ya había demostrado en films como Súper 8 y Somewhere que estábamos frente a algo serio. En el papel de Ginger, despliega -con acento inglés y con un personaje de más edad que ella en la vida real- un arsenal de recursos y técnicas que la convierten en una interpretación deslumbrante, perfecta (porque además de virtuosa es siempre funcional al relato).
Ginger y Rosa son mejores amigas. A los 17 años, están en plena etapa de experimentación: fumar, beber, salir de noche, seducir a los hombres y hasta militar en los movimientos pacifistas. Es que el film transcurre en plena crisis de los misiles en Cuba, cima de la paranoia de la Guera Fría. Como en Los soñadores (Bernardo Bertolucci), Los amantes regulares (Philippe Garrel) o Something in the Air (Olivier Assayas), Potter quiere que el contexto socioeconómico, el "espíritu" de época, tenga mucha incidencia en los conflictos íntimos de los personajes y, en este sentido, esa imbricación resulta un poco obvia, subrayada.
Pero por cada torpeza de la directora surge como generosa compensación Fanning, quien condensa todos los sentimientos y contradicciones (idealismo, frustración, curiosidad, celos, descontención) de esta aspirante a poetisa. Bien acompañada por Alice Englert como Rosa y por el sólido elenco de grandes actores que dan vida al universo adulto de la historia (el inmaduro padre de Alessandro Nivola, la inestable madre de Christina Hendricks, Timothy Spall, Oliver Platt y Annette Bening), Fanning es no sólo el principal atributo del film sino también la gran razón que justifica su visión.