Días de bunkers y desamores.
El tiempo pasa, la Tierra gira, y las cosas cambian. Esas verdades universales no parecen demasiado importantes para Ginger (Elle Fanning) y Rosa (Alice Englert), dos chicas londinenses unidas desde que nacieron. Hasta los 17 años, ellas escapan a compartir juegos, verdades y sueños, en particular el de crecer en una forma más libre que sus madres, esclavas del rol de amas de casa, pudieron. Saben que es un tiempo de vueltas, para bien y para mal: mientras ellas descubren el gusto de los labios de un chico o alguna rutina para conseguir un aventón tardío, los capitalistas y los comunistas se enfrascan en una decisiva discusión por los misiles soviéticos descubiertos en Cuba.
Pero poco a poco, sus placeres las inclinan a rutas distintas. Mientras la callada Ginger se fascina por la poesía y la protesta, Rosa prefiere probar el audaz camino de la revolución sexual. Sin embargo, las grietas en la amistad se marcan con Roland (Alessandro Nivola), el padre intelectual de Ginger, que se aleja más y más de su devastada esposa (Christina Hendricks), todo mientras Rosa toma un interés especial en él. Desesperada por la traición de su compañera y su familia, Ginger sentirá que su mundo está a punto de acabarse, lo que la impulsa a tratar de hacer lo posible para evitar la catástrofe. Aunque sin importar lo que pase, ella no puede dejar de sentir el ritmo del Reloj del Apocalipsis, que se acerca con certeza a la medianoche.
La intención principal del drama de Sally Potter (Orlando, Las lágrimas de un hombre) es aprovechar un recurso narrativo clásico, que es mezclar las consecuencias de un evento histórico (en este caso, la crisis de misiles de 1962, el punto más candente de la Guerra Fría) con el despertar de un individuo, creando una unión entre contexto y sociedad. El problema en el enfoque de la directora es que ella se estorba al forzar sin resultados interesantes la relación entre la crisis personal y la crisis global, lo que va en contra del ritmo de la historia introspectiva de Ginger, quien es lentamente arrastrada sin querer hacia el desastre.
Pero al menos Potter tuvo la habilidad de elegir a alguien que pudiera cargar el film en sus espaldas, y esa persona sin dudas es la joven Fanning. Si bien ella ya había mostrado su talento en Somewhere – En un rincón del corazón y Super 8, en Ginger y Rosa prueba más, poniéndose en la piel de una persona varios años mayor que ella y llevando acento británico, pero por sobre todas las cosas, dominando la pantalla con su capacidad para contener con sutileza un océano de emociones, pasando de la despreocupación y felicidad adolescente a la desolación de un presente sin claridad. El hecho de que ella eclipse a intérpretes como Annette Bening, Timothy Spall y Oliver Platt es una señal del gran futuro que tiene en el séptimo arte.
Si no fuera por el grupo de actores liderado por la fotogénica Fanning, Ginger y Rosa sería un intento completamente obvio y calculado. Pero el elenco logra encontrar el aspecto cálido del relato, haciendo que uno no pueda evitar meterse un poco. Después de todo, cuesta no lamentar como el planeta marcha, sin tiempo para preocuparse por la vida de una pequeña poetisa.