Historias de jóvenes y crecimiento personal. Nunca terminarán de inventarse y reciclarse para adecuarse a la necesidad de cada director. Incluso al cambiarle el trasfondo social, cultural y temporal, el esqueleto temático se mantiene intacto. La cineasta inglesa Sally Potter toma como recursos la crisis de los misiles del '62 y empuja a sus dos protagonistas, amigas y rivales, a un torbellino de emociones con la amenaza nuclear como paralelismo de una explosión inminente.
Ginger es introvertida y callada, mientras que Rosa es impulsiva y visceral. Ambas comparten la impasible determinación de no convertirse en sus madres, mujeres que por una u otra razón se presentan ante sus ojos como frágiles y fracasadas amas de casa. Potter se vale de una edición fracturada, casi nerviosa, para representar los cambios bruscos de una adolescencia efervescente. Entre diferentes escenarios, mayormente interiores en penumbras y exteriores en decadencia -ese baldío con una fábrica en ruinas es hermosamente devastador- transcurre esta amistad tormentosa que se redefine cuando la vida de ambas toma un rumbo que ninguna de las dos esperaba.
De una cadencia lenta y pausada, Ginger & Rosa se sostiene mediante su elenco, mas no por su historia. La trama pergeñada por la realizadora no avanza dando tumbos, sino que mantiene un vuelo raso, sin elevarse y apenas arriesgando a un conflicto interno que, cuando finalmente encuentra su solución, deja un sabor amargo en el espectador. La conclusión llega tarde y disparada a bocajarro, es confusa cuando quiere ser profunda y reflexiva, no aporta ni suma. De no ser por la más que convincente actuación de Elle Fanning, el film estaría en problemas. Elle tiene todo el potencial que alguna vez su hermana mayor Dakota demostró y más, siempre con su semblante impenetrable que sólo se quiebra en el mejor momento de la película, cuando un secreto se hace paso y explota, causando mucho más daño en los personajes que los misiles o la bomba nuclear. Hemos visto a su contraparte, Alice Englert hace poco en Beautiful Creatures, y tiene una presencia entre interesante e intrigante. hay buena química como amigas, pero este es el show de Fanning, y la otra funciona como soporte. Es una pena que actores de la talla de Annete Bening, Timothy Spall y Oliver Platt se vean reducidos a prácticamente cameos. Ayudan a llevar la narrativa a buen puerto, junto con los jóvenes Christina Hendricks y Alessandro Nivola, pero básicamente están de relleno para el lucimiento de las adolescentes -bueno, una de ellas-.
Entre manifestaciones pacifistas, traiciones, jazz, y liberación sexual, Ginger & Rosa apenas sobresale no tanto por su fábula moral y social sino por el estilo visual de la directora y por Elle Fanning. Sólo por eso aprueba raspando.