Apenas el fin del mundo
Lo más notable de Ginger & Rosa, una drama sobre dos adolescentes que crecen en los suburbios de Londres en tiempos de la Guerra Fría -1962, año de la Crisis de los misiles en Cuba-, es la actuación de Elle Fanning. Formidable. Más, si tomamos en cuenta que la hermana de Dakota tenía apenas 13 años cuando interpretó a Ginger, un personaje (un poco más grande que ella) nacido a fines de la Segunda Guerra, igual que su amiga Rosa (Alice Englert). En la película, ambas chicas cargan, cada una a su modo, con cierto estigma bélico, con cierta angustia de que el mundo pueda volar a pedazos de pronto; lo que ocurre en el salto de la infancia a la adultez. Sobre todo si se forma parte de un familia disfuncional -quién no, ¿no?- y se vive en una sociedad paranoica por las amenazas nucleares.
Fanning/Ginger transmite estados de ánimo ambiguos, cambiantes, incluso antagónicos, típicos de su edad y su época (recreada con una eficacia sin estridencias). Por un lado, la euforia juvenil, el despertar sexual, la primera militancia, el futuro ilimitado, la credulidad y la utopía. Por otro, la tristeza heredada: una madre frustrada y depresiva; un padre bohemio, mujeriego, melancólico y a la vez libertino (que presagia el espíritu del Mayo francés). La desdicha del mundo adulto: lo que se ignora o se logra ignorar de chico.
El crescendo dramático del filme, la creciente percepción apocalíptica de Ginger, girará en torno de la atracción mutua entre su padre y Rosa. Los personajes principales no son, felizmente, maniqueos: tienen sus claroscuros, sus razones y sus miserias, sus puntos de vista. No intentan dar lecciones: viven como pueden, son amargamente creíbles.
Sally Potter (Orlando, La lección de tango) optó esta vez por un estilo sencillo, directo, alejado del formalismo (con sus fuera de foco y sus tomas cámara en mano). La música, en general diegética, incluye joyas interpretadas por Thelonius Monk, Django Reinhardt y Miles Davis. El tramo final tal vez puede resultar un poco enfático o melodramático, No está mal: se trata, después de todo, del punto de vista de Ginger, de su íntima idea del fin del mundo.